Estamos viviendo en una sociedad donde
parece, que hemos crecido al ritmo de los tiempos. Una sociedad llena de buenos
sentimientos y empatía entre hombres y mujeres, dando la impresión de haber
roto la barrera del machismo que tanto daño ha hecho.
Es cierto que en muchas cosas este país ha
crecido a una velocidad de vértigo y como diría un político… “no lo conoce ni
la madre que lo pario”
Pero la realidad es perversa y ahí está el
espantoso dato de las mujeres sometidas al yugo del hombre, con finales que
nunca debieron producirse.
Por otro lado, sería injusto no
reconocer avances en este campo que todavía hoy tanta controversia produce,
cuando el tema se pone a debate.
Pero también es posible que las mujeres no
hayamos sabido coger el toro por los cuernos, y dar ese puñetazo en la mesa
para que ciertas cuestiones no se repitan. Porque también las mujeres, por las
cuestiones que sean, han fomentado el machismo, y hoy seguramente seguimos
siendo las principales culpables.
También es injusto generalizar
porque, sí, hay hombres que han sabido ponerse al lado de la mujer y reconocer
derechos, ganados y demostrados por las mujeres desde siempre. Otros creen que
han superado el tema, pero viven en una mentira.
A lo largo de la historia siempre ha
habido alguna mujer que se ha batido en duelo en busca de ese reconocimiento,
que todavía hoy cuesta equiparar al cien por cien. Pero no voy a entrar en la
historia para dar datos de cómo la mujer se ha movido en el mundo y lo
importante que ha sido su trabajo, en todos los campos…, sí, en todos los
campos.
La mujer no solo ha sido esposa y
madre, algo para lo que únicamente se suponía se tenían que preparar.
Preparación que se obtenía en casa, no era necesario estudios de ningún tipo.
Esta situación se daba en las casas de los pobres y los ricos, y no tenía otro
fin que el matrimonio.
En el caso de las familias ricas, el
camino al matrimonio podía ser diferente, e incluso más triste, porque la
mayoría no pasaba de convertirse en un florero más o menos lujoso, dependiendo
de la escala social.
Y para ser honesta también las hubo que
lucharon en contra de esa situación, con historias verdaderamente sangrantes.
Claro que, en el caso de los pobres, la
mujer no se limitaba a estar en casa. La mujer pobre, era el apoyo y el segundo
brazo de muchas otras tareas que ayudaban a sustentar la economía de la
familia.
Casadas y solteras solventaban las tareas domésticas,
eran cocineras, lavanderas, planchadoras, modistas, y cuando se terciaba, eran
hortelanas, escardaban, segaban, gavillaban, espigaban, han sido pastoras,
cabreras, carboneras, buscadoras de oro (ahí está el artículo de Miguel Delibes
a las buscadoras de oro del Bierzo). También tiraron del arado con singular
pericia…en fin…no se han arredrado de nada. Todo ello en la mayoría de los
casos sin cobrar jornal y en el caso de que lo cobraran, era una menudencia por
el hecho de ser mujer.
Eso sí, el hombre siempre se las ingenió para hacerle
creer a la mujer, cuando le interesaba, que era la reina de la casa, que su
buen hacer en el hogar, era el reposo y remanso del guerrero, que venía “doblao”
del trabajo para traer el sueldo a casa…lo que hubiera hecho la mujer en casa o
fuera de ella, nada tenía que ver con lo que hacían ellos.
Seguramente por esta razón no se
preocuparon nunca de saber dónde estaban guardados los calzoncillos y demás
piezas de vestir, de tal manera que, si no había una mujer al lado, eran
incapaces de encontrar nada sin poner patas arriba las habitaciones.
O cuando a un hombre de la casa lo
contrataban a trabajar en otro pueblo o finca, habían de llevarse a una de
las mujeres para “asistirlo”, esto es; cocinar lavar y demás faenas domésticas.
Parecía que se les podía caer algo si metían las manos en el fregadero, o si hacían
más por su estómago que ponerse el trozo de chorizo entre el pan y el dedo
gordo.
Así las mujeres estuvieron a su
servicio sin rechistar, convencidas porque así se lo enseñaron las madres, de
que era el deber de una buena hermana o una buena esposa. Y se lo creyeron.
Creyeron de verdad que eran mantenidas en su propia casa o la de sus padres. Se
sacrificaron en silencio, no cabían quejas. Nadie se dio cuenta del rictus de
tristeza que marcaba sus caras, no fueron dueñas de su destino, arrastrando
silencios de penas y preocupaciones, sinsabores adormecidos paseando por la mente,
acompañando los huidizos sueños. Mientras, ellos vivieron mejor, acunándose en
la comodidad del buen hacer de ellas, y nunca sintieron el menor remordimiento.
Todavía hoy viven como gallos de pelea mostrando pecho y espolones, retadores,
sin darse cuenta de que hoy, no caben ciertas actitudes, que crecer no es solo
adquirir estatura.
Este machismo era el pan de cada día, no
era violento, era el de las costumbres, el que nuestros abuelos inculcaron a
nuestros padres, y estos a nosotros. Y cuando el hombre crece rodeado de
mujeres, tiene todos los puntos para convertirse en gallo de pelea porque
el ingrediente de servilismo y mimos lo tiene en excesiva dosis.
Lo pasado, pasado está, y nada se
reclama, pero los años transcurridos deberían haber servido para cambiar la
forma de pensar y hacer…y resulta que ese machismo ha estado envuelto en papel
de seda y a nada que hemos estirado de él se nos ha mostrado encabronado.
Han vivido mintiéndose, siguen pensando
igual, pero… ¡ay! Con las mujeres de entonces…con ellas el caldo de cultivo es
fácil encontrarlo, las creen débiles y sometidas, pero ya, NO. Diferente
es, con las que tienen hoy en casa, son de estos tiempos y saben que a ellas no
les podrían pedir que dejaran sus trabajos para servirlos a ellos. Siguen
teniendo sentido de posesión, aunque solo sea para hablar. Necesitan sentirse
los gallos del corral y cuando alguna gallina le sale respondona, no les
encaja. Siguen hinchando pecho y a nada que tengan oportunidad siguen
menospreciando el servilismo de las mujeres. Es la cobardía del que se siente
culpable, pero el orgullo no les deja razonar. La debilidad de quien ha perdido
el poder que creía tener. O la certeza de no haber sabido crecer.
Yo quiero para la mujer el lugar que le
corresponde, el que se gane, sin zancadillas, libre para elegir. Tiene
derecho…hasta para equivocarse.
María Calzada.