Este Blog ha nacido para dejar volar la imaginación, y al igual que las mariposas, anuncian su presencia con el aleteo de las alas, espero de vez en cuando volar para encontrar historias que contar.

29 de octubre de 2013

El Hojalatero

ANTONIO, EL HOJALATERO
Mi amigo Manuel Pablos 
es el ideólogo de esta historia,
 y ha tenido la generosidad de
 darme espacio en uno de los
 capítulos. Espero que disfrutéis.
María Calzada.
Manuel Pablos
Esta narración está basada en hechos reales. Sin embargo lo que aquí se cuenta es en todo, o en parte, lo que la fantasía de los autores ha querido hacer que sea. Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia. Está dedicada a todos aquellos que un día entendieron que su libertad no tenía trabas ni amos y la ejercieron cargando con las consecuencias de sus actos. Con nuestra admiración y respeto. 

Los autores
    Pueblo de los gitanos´
  son de calderos viejos,
señores de las noche,
mensajeros del miedo…
M.Pablos
No pido riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo que me comprenda; todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino a mis pies.
Robert Louis Stevenson (1850-1894) Escritor británico.

Los primeros rayos del sol llenaron de colores las viñas de Valdecibuertes, asaeteando con  las gotas de rocío que explotaban con el calor, llenando de brillos de mil colores el valle. Por el camino,  hombres de mirada tosca espantaban el sueño, todavía cercano, dando cabezadas encima del borrico camino de las huertas, o sentados sobre  la escuadra o el cabezal del carro, agarrados con fuerza a los hiniestros, por si los vencía la modorrera, no fueran a caer bajo las ruedas.Algunos caminaban dando trompicones, arrastrando las  abarcas trabajosamente sobre la tierra roja del camino, protegidos los pies con gruesos calcetines de lana tejidos por la madre o la mujer el invierno anterior. Las alondras mañaneras llenaban los sembrados de trinos, mientras que los jilgueros, nerviosos impulsivos, mecían sus cuerpecillos en el aire, subiendo y bajando sin cesar, luciendo sus majestuosos colores y esparciendo melodiosos gorgoritos por doquier.
De las plantas del los espinos albares, que llenaban los vallados con la pureza de sus flores blancas, salía disparado de vez en cuando un tordo, alborotando la mañana con sus quejidos discordantes; un grupo de herrerillos que jugaban al pilla-pìlla, llenando con su atiplados cantos el aire fresco de la mañana de primavera.  Algún borrico rompía la placidez de la mañana con un estentóreo rebuzno al tiempo que abriendo desmesuradamente las patas traseras, dejaba escapar, sin ningún tipo de recato,un chorro ancho de orina caliente, que se estrellaba en el suelo salpicando el entorno de gotitas marronosas de barro maloliente.
Sobre el paisaje de la primavera se recortaba a lo lejos, casi mimetizado entre las huertas y los sembrados verdes el carro de Antonio, el hojalatero, apenas un borrón oscuro en medio de la claridad, pero que a medida que se iba acercando iba llenando el aire con los sones asíncronos de los cacharros de metal: herradas, candiles, baños, cazuelas, cacerolas, flaneras…, que lo adornaban por dentro o colgando de los hiniestros, las teleras, las costillas y las garroteras, montando un guirigay que se oía a tres kilómetros de distancia.
De vez en cuando, Antonio, el hojalatero se arrancaba por seguirillas, soleás, flamenco, cante jondo o lo que se le viniera a la cabeza. Aquella mañana le tocaba el Vino amargo, de Rafael Farina. Entonaba bien, cuando no estaba bebido y no tenía mala voz para el cante, debida en parte al vino y al tabaco que trasegaba y fumaba sin parar. Siempre llevaba la bota colgando del varal del carro, moviéndose alocadamente, como si una mano invisible la estuviera moviendo sin parar. De vez en cuando, el hojalatero echaba un traguillo del vino recio zamorano, que había adquirido en cualquier taberna o le habían regalado en cualquiera de las muchas casas que visitaba, dado su oficio, pues la bota solía ir siempre con él. Levantaba solemnemente la bota, guiñando un poco los ojos asaeteados por el sol naciente, apretaba el cuero y el chorro de vino, describiendo una elipse perfecta, caía exactamente en medio de su paladar, atravesando, sin tocarlos, los labios abiertos en forma de O prolongada, para evitar que se derramara ni una sola gota. Luego, daba un giro estudiado a su brazo, dejaba de apretar la bota y, milagrosamente, al tiempo que cerraba la boca, el vino había dejado de caer .La volvía a colgar en su sitio, se limpiaba los labios humedecidos con el torso de la mano, encallecida por el oficio, carraspeaba un poco para aclararse la garganta y el cante se desparramaba, como canto de ave canora, por los sembrados, las huertas los baldíos y los tesos, haciendo que las gentes variopintas que poblaban el campo alzaran la cabeza, se secaran el sudor con el pañolón que sacaban del bolsillo del pantalón de pana, tieso ya del sudor, el polvo y la falta de lavado y, haciendo de su mano encallecida protección para la vista, trataran de intuir, más que ver, donde estaba el hojalatero. Pero él, como si de un cantante famoso se tratara, seguía cantando camino abajo, haciendo intermedios para saludar a la gente, todos viejos conocidos.
“Vino amargo es el que bebo
por culpa de una mujer
porque dentro de mi llevo
porque dentro de mi llevo
la amargura de un querer
Quiere reir la guitarra
pero... a mi a llanto me suena
cada nota me desgarra
cada nota me desgarra
el alma como una pena


Vino amargo, que no da alegría,
y aunque me emborrache
no la pueo olvidar,
porque la recuerdo, 
dame vino amargo
que amargo, que amargue
pa quererla más

Ni con vino, ni guitarra
yo alegre me he de poner
y aunque yo me meta en farra
y aunque...yo me meta en farra
entre sueños la ha de ver
Palabras se lleva el viento
como la espuma, se lleva el rio
pero queda el sentimiento
pero queda el sentimiento
cuando mucho se ha querío. 

_ ¡Buenos días, compadre. Cuanto bueno por aquí.!
- Lo que tu traigas, Antonio. “Paé” que cantas mucho, pa ser de mañana..
-Y que “quiés” que haga. Ya lloro por las noches, no creas. Asín es que por la mañana toca cantar.
-Llora porque se emborracha, se oyó una voz desde dentro del carro…
- ¡¡¡Me cagüen D……. Como suba te eslomo, replicó el hojalatero. Y que no aprendes…!!!
- ¿Y cómo anda la familia?
- Pues como siempre, ahí dentro están enroscaos como los galgos hasta que los “despabile”.
- ¿Y los tuyos, “toos” bien?.
- Pues dentro de la miseria que nos toca vivir, no va mal la cosa.
-¡A mí me vas a hablar de miserias... Ya se sabe, si hay se cena y si no hay se va uno a la cama sin cenar! ¡¡¡Más cornás da el hambre….!!! 
El hombre se acercó al vallado con la petaca en la mano y el librito de Jean en la otra. Sacó una hoja, puso un poco de tabaco del cuarterón en la mano derecha y lo dejó caer con parsimonia encima del papel extendido en la mano izquierda, al tiempo que con el índice de la mano derecha iba empujando el montoncillo, formando una hilera perfecta, al tiempo que sacaba de entre las hebras tres o cuatro estaquitas más duras, para evitar que rompieran el fino papel de fumar y las tiraba al suelo. Luego dobló los laterales con destreza y en un par de movimientos sincronizados hizo girar los dedos con maestría, al tiempo que apretaba los pulgares y lió el cigarro. En el mismo movimiento, de forma automática, se llevo el rulillo a la boca, pasó la lengua a lo largo de la gomilla del papel y el cigarro,un cilindro irregular, apareció, como por arte de magia, entre sus dedos índice y pulgar, que lo apretaban suavemente, en forma de pinza, al tiempo que se lo llevaban a los labios resecos que lo aprisionaban con ansia. Luego metió la mano en el bolsillo del pantalón y sacó un mechero de chispa, hizo girar la rueda dentada con el canto de la mano y el artilugio soltó una andanada de pequeñas chispas que prendieron la mecha, haciendo aparecer un pequeño rubí de fuego en medio de ella. El hombre acoclo los ojos, sopló sobre la mecha y cuando por arte de magia la rojez del fuego se extendió como una pequeña columna de fuego por todo el redondel negruzco, acercó la mecha a la punta del cigarro, aspiró con fuerza y prendió el cigarro.
Al mismo tiempo extendió el brazo y ofreció tabaco y librillo al hojalatero, que lo cogió al vuelo, agradecido.
-¿Hace un cigarro?
-Eso ni se pregunta y menos a estas horas que el cuerpo se anda entonando.
- Pues hala, dale gusto al cuerpo.
María, la mujer del hojalatero, asomó la cabeza por el lateral delantero de las teleras y medio dormida todavía acertóa a decir:
- No fumes tanto, que tienes los pulmones medio tocaos…Mira lo que te dijo el mé….
No le dio tiempo a acabar la frase. Sin volver la cabeza les espetó:
-Cierra el pico y ponte en tu sitio, que te sacudo un “gasnatazo” que te apaño.
La cabeza de la mujer desapareció dentro del carro y no se oyó ni replicar…
- Las mujeres, dijo Antonio, que siempre hablan sin que nadie las mande. ¡Cómo es lo que mejor saben hacer!.
-Ya sabes lo que dice el “reflan”, amigo. “Si quieres que la mujer siga siendo tuya, llévala del ronzal, como a la burra”…jajajajajaja.
-¡Asín es, asín es!. Pero hay algunas que ni “enque” salgan a paliza diaria aprenden. Y mira que se lo tengo advertío, que en las conversaciones de los hombres y en las borracheras no se tiene que meter. Pues no hay manera, “cuantis” más le atizas, menos lo entienden. Ahora que lo que es esta mía, unas cuantas lleva pal cuerpo…
Se sentaron en el vallado a fumar. Los rayos del sol naciente  les daban en la cara y le hacían guiñar un poco los ojos, pero hacía una temperatura muy agradable, aunque el fresco de la mañana, poco a poco, iba dejando paso al calor del día. 
-Paé que te veo mu fajao, le dijo el gitano al hombre, que llevaba una faja negra y ancha bien apretada a la cintura. ¿Andas de los reñones?
-Cosa de na. Una mieja frío que debí coger la otra noche, que me ha congestionao un reñón y me duele.El otro día fui al médico, porque echaba una mieja sangre cuando meo, cosa de de un hilín,y me dijo que igual es un cólico…o una piedra de esas. Que me fajara una mieja. Y como ando cavando las alubias, por proteger un poco el cuerpo… ya se pasará. Tu también vas fajao.
- Lo mío es lo normal. Entre que andas tol día medio agachao, estañando, y no hace uno otra cosa que andar subiendo y bajando del carro, pues la riñonera se resiente…
- ¡Y el vino que bebe!… siseó la María desde dentro del carromato.
- Cállate María, que como entre te endielgo dos hostias que te pongo los dientes al revés. ¡Mia que tienes una comprisión, que siempre hables cuando no te toque!. Como me hagas entrar te apaño…
- Calla, mama, no repliques que aluego es peor- se oyó decir a una voz infantil-; que mira que no escarmientas…
Luego se hizo el silencio y los hombres continuaron su conversación como si nada hubiera pasado.
- ¿Esa burra que tienes apeá y estacá en el vallao, es tuya?
- Sí, es mía, dijo mirándolo el hombre.
-¿Y pa qué la atas tanto, si está medio muerta? A esa hace años que se le cayeron los “mamones”…
- Pues velai, una mala compra. La compré en marzo, “pa pasar la temporá”, y estamos en mayo y ya no sirve pa na”…¿No querrás comprármela?
- No yo no, ¿pa que quiero yo una burra medio muerta?, pero te la cambio por una herrada grande, que de eso siempre se necesita.
-Trato hecho, total se morirá cualquier día.
-Pues dentro un par de días pasará por aquí mi primo, el Ángel el tratante, que tu lo conoces bien; se la das a él, que aluego ya hacemos cuentas entre nosotros.
- ¿Y pa que quiere una burra vieja?
- Se la venden a los del circo, pa carne pa los leones… y unas pesetas nos sacamos. Miseria y compañía, pero cuando a uno le hace falta pan, una mieja de aquí y otra de allá, vamos ajuntando paz ir engañando el hambre.
Y sin decir más palabras, Antonio, el hojalatero, se levanto agarrándose la cintura a la altura de los riñones, descolgó una herrada grande de un gancho que colgaba de la tabla rejera y se lo alargó al hombre…
- Espero que tu primo venga en un par de días, no vaya a ser que el animal no aguante, porque luego no quiero conflictos.
-Coño, malo ha de ser. De to las maneras poca va a ser la pérdida o la ganancia. Bueno, voy a echar palante, a ver si puedo hacer la mañana en el pueblo, antes de comer…
-Con Dios, paisano, dijo el hombre.
-Ya nos veremos, payo, dijo el gitano.Tienes buen alubial…
- No están malas, ya veremos más palante, que ahora están naciendo….
Antonio, el hojalatero se sentó en la escuadra, apoyando el cuerpo en el hiniestro derecho del carro, agarró las riendas y dando un golpe sobre las retrancas azuzó a la mula…
-¡ Arre, mula, vámonos p’allá!.
Apenas el carro había arrancado camino abajo, Antonio se arrancó por colombianas:

Por las trenzas de tu pelo un canario se subía
y se paraba en tu frente
y en tu boquita bebía
creyendo que era una fuente

Yo me asomé a tu ventana
por ver lo que estaba haciendo
y vi que estabas llorando
la culpa yo no la tengo
de lo que te está pasando.

Quisiera ser colorete
pa(ra) adornarte la carita
y darte besos en los labios
y morderte la boquita
eres más guapa que nadie
el sentí(d)o a mi me lo quitas.

No se muere nadie no porque quiera con delirio
cuando no me he muerto yo pasando tanto martirio
como un querer me costó.

La cigüeña hembra crotoraba en lo alto del campanario, animando al macho, que venía volando hacía el nido con una culebra retorciéndose en su pico, cuando las campanas tocaron a misa de ocho. El tañido de la campana la asustó y se lanzó al vacío batiendo desesperadamente las alas, mientras que una legión de pardales y algunos vencejos salieron disparados de entre los palos del nido piando desesperadamente. Antonio, el hojalatero, que llegaba a la plaza en ese momento, alzó la vista hacia el cielo, vio a la cigüeña
 con la culebra colgando del pico y murmuró entre dientes: 
“¡Déjala caer, mecagüen tó, veras que caldero de patatas preparamos pa comer”. 
Cuando las campanas dejaron de tañer las dos cigüeñas volvieron a posarse en el nido que estaba bien enganchado a una de las pilastras laterales y comenzaron a repartirse la culebra que se retorció durante unos instantes, hasta que un certero picotazo en la cabeza la delo laxa encima de los palos. 
Antonio, el hojalatero, paró su carrillo donde lo hacía siempre, arrimado al muro de la iglesia, bajo la ventana de la sacristía, frente al taller de Inda, el carpintero.
- ¡ Bajarsos, que hemos llegao!, gritó a los de dentro. Y cada uno al su ofisio.
Después de calzar las ruedas con un par de piedras gruesas, de las que estaban arrimadas al muro, desenganchó la mula de los varales y le quitó los arreos.Le puso arrapeas en las patas delanteras, le dio un palmetazo en las ancas y el animal, sudoroso por el esfuerzo realizado, caminó hasta el regato y bebió con avidez el agua fresca. Luego, como había hecho tantas veces, torció a la derecha y se puso a pacer tranquilamente la hierba fresca de la ribera, al arrimo de la pared de la huerta de Eladio.
Mientras tanto los ocupantes del carro, una mujer, una niña y un niño, comenzaron a moverse sincrónicamente y mientras el niño, Antonio, al que apodaban cariñosamente “Pijaco”, guardaba debajo los arreos de la mula, la Pepita, que era la niña fue a buscar agua en un par de herradas al regato, y la María, una mujer joven, pequeñita, vestida de negro y con un delantal de flores pequeñas, sacaba los cacharros para hacer el almuerzo.
- Me “vi” a buscar leña seca pa las “lamedas”. Pa cuando “vuerva” quiero hecho el almuerzo.
La María no dijo nada; bajó la cabeza, se ajustó un poco el pañuelo que le cubría el pelo y los lados de la cara y se metió dentro del carro a buscar la comida. Cuando salió Antonio, el hojalatero, ya se había ido. Ella sabía que no tardaría en volver y se afanó para encender una pequeña lumbre con un haz de leña que colgaba de la contrapernilla del carro. Luego puso un puchero de porcelana rojo, sobre un aro con patas, echó agua y se puso a pelar patatas.
-Corta unos cachos de tocino y ponlos a freír en la sartén de patas grande, le dijo a la niña. Y déjalos bien pasaos, que a tu padre no le gustan crudos. Y cuando estén fritos, hazle  un “güevo” frito.
 - ¿ Y pa los demás?.
- Pa los demás “moñicas”, dijo la María con la voz temblorosa. Cuando seas padre, comerás “guevos”. Ahora, que no lo eres, chupa los cascarones. Mira a ver si queda algún farinato de los que nos dieron en La Fuente y haz unos cachos. Si no queda, comes las patatas y a callar.
-Siempre lo mismo, rezongó la niña…
-Es el sino de los pobres : “Patatinas pa almorzar, patatas pa comer y patatonas pa cenar”; eso siempre que las “aiga”. Y si no te interesa, coge el portante y arreando…

Las razones del gitano
El niño guiaba el aro alrededor de la iglesia. De repente miró bajo el carro del hojalatero y se quedó petrificado. Cogió el aro en una mano, la guía en la otra y salió disparado, sin mirar para atrás, hasta su casa. Eran poco más de las ocho y hacía fresco. La madre estaba en la cocina preparando el almuerzo y lo oyó entrar precipitadamente, casi sin poder respirar. Pensó que alguno le había dado un susto y preguntó: ¿ Como vuelves tan pronto, ya te has cansado del aro?. El niño tenía los ojos muy abiertos y casi no acertaba a hablar. La madre se dio cuenta que algo le había asustado. Le temblaba la voz y apenas pudo responder. 
- La María, la hojalatera, está tumbá debajo el carro llorando. Está en viso y le sale sangre de las narices y de la boca...
- Ya la ha vuelto a zurrar el desgraciao del hojalatero. Seguro que anoche llegó borracho como una cuba.
 Cogió una palangana pequeña, la botella del agua oxigenada, el paquete de algodón y una pequeña toalla y salió de casa en dirección a la trasera de la iglesia que era donde estaban acampados los gitanos. Cuando llegó a donde estaba el carro se encontró a María, la gitana, acurrucada debajo de una manta vieja de lana, enroscada sobre sí misma, hipando quedamente y con la cara llena de sangre que le resbalaba de la nariz. A su lado, Pepita, la hija, trataba de ayudarla y como no lo conseguía se tumbó a su lado y se puso a llorar también. Cuando la madre llegó la gitana le hizo una señal de silencio poniéndose el dedo sobre la nariz ensangrentada, se incorporó un poco y medio arrastrándose primero y apoyándose en la mujer después, fueron caminando hasta el regatillo en silencio… Pepita, la hija, le había puesto una toquilla negra de lana, un poco raída y sucia, por encima de los hombros y caminaba a su lado con los ojos llenos de lágrimas.  
La María tenía los ojos hinchados y medio cerrados, con dos morados enormes alrededor de los párpados, las mejillas enrojecidas. Con una herida abierta en la derecha y el labio superior partido. Cuando llegaron a la altura del regato la mujer llenó la palanganilla de agua, mojó la toallita en ella y comenzó a limpiarle la sangre que tenía ya medio seca en el cuello y en el pecho. Luego, con un cuidado exquisito le limpió la cara, empapó una torunda de algodón con el agua oxigenada y se la metió en la nariz para parar la hemorragia. La gitana hizo un mohín de dolor al tiempo que se secaba las lágrimas con la toquilla. La mujer le ofreció la toalla y la gitana se tapó la cara con ella y comenzó a llorar de nuevo. La niña, agarrada a la madre por la cintura también lloraba…
- ¿Por qué ha sido esta vez, por lo de siempre?
La gitana la miró desdibujada, desde la hinchazón de los ojos, volvió a taparse la cara y siguió llorando…
- Si no lo denuncias tú al juez, lo haré yo. Ese borracho cabrón, no puede tratarte como si fueras un animal. Que digo, peor que si fueras un animal…
La gitana asomó la cara, ahora transfigurada por el pánico, y movió la cabeza hacia los lados en señal de desaprobación. Cuando se rehízo, miró a  la mujer y entre sollozos acertó a decir: “No pueo hicir eso. No lo pueo denunciar, porque ¡ a ve!, ¿aonde quieres que vaya endispués?. ¿Y que quiere que haga con los churumbele… si lo meten en la cárcel?.
- Pero es que si no lo denuncias un día te va a matar de una paliza…
- ¿ Y que le vamo a jaser?. Si tié que pasar, pos pasará. Si es que no es mala hente. Na má tié que el vino lo traztorna, pero por lo demá… ¡si es que no es mala hente!. Lo que pasa es que dende que se nos murió el niño grande, ya no é er mirmo. Está margao y bebe pa podé olviá, porque se l’ha metío en la sesera que lo mató él… Y aluego le dan como unas cabezoná y no enrazona…Pero no es mala hente. A mi me enrecogió dende que era mu jovensita i me quedé sin madre, con un padre borracho perdío tol día y un montón de hermanillo, dejao de la mano de Dios ¿Conque qué mas quiere, quiere má?.Y me quería muncho. Tuvimos un churumbel, el Francisco y Antonio estaba pirriaito por él. Pero en uno de esto viajes que tenemos que jaser, por la vida que llevamo, se nos puso mu malito.Er médico nos dijo que lo teníamo que llevar a Salamanca, al Hospitá Provinsial, pero el Antonio dijo que no, que era gitano y se curaría… Le dió una purmonía primero y aluego se le entosicaron los purmone y se nos murió; se le murió al Antonio en los braso y le salía una espumilla por la boca, como de gorgorito. ¡Una joya de niño, grande y gordo que daba gusto verlo y se nos queó en cuatro dia como un pajarín. Cuando lo enterramo, el Antonio se cortó las vena y menos mal que los parientes anduvon a tiempo, si no se hubiera ajorcao. Luego se dio en emborrachar y en pegarme y ya no paró. ¿Conque qué más quiere, quiere má?. Aluego tuvimo a la Conchi y al Pijaco y se enderezó una mieja, pero vive margao y claro, cuando bebe no sabe lo que hace. Arguna vese se despierta por las noche to arborotao, gritando y cagándose en too, hasta que los niño se despiertan. Entonces se sale del carro y se va pa fuera, que yo tengo miedo que no vuerva má argún día.Una noche de luna que me fui detrá de el, lo vi que se sentó en una piedra y empesó a llorá, desesperao un buen rato. La desesperasión que tiene, es lo que lo jase malo, pero no é mala hente, es lo que lleva adentro la sesera lo que no lo deja viví…Por eso se emborracha y pega, pa espantá la pena… 
- Tu verás, dijo la mujer con amargura, pero no estaría mal que el juez y el alcalde le metieran un susto, a ver si escarmienta, cojona, y deja de beber…
La gitana le agarró la mano y se la apretó con fuerza. La miró con aquellos ojos negros, siempre tristes y respondió:
- Eso estaría bien si endispués yo no tuviera que vivir con é a toas hora y no necesitáramo comé del su ofisio. Pero…
ande quiere que me vaiga yo con dos churumbelillo chiquinine, ¿a pedir por las casa?. Ya pido a to las hora, pero la cosa está mu malamente y la gente semos mu pobre y enque un cachiyo pan y una mieja tocino, enque sea rancio, siempre acaba cayendo, con eso no se pué viví. Y ademá, que nesesitamo una mieja  e techo pa cobijarno en e l’invierno y una miejita lumbre y una mieja compañía… Asín es qué no me quea má remedio que aguantá y aguantá y aguantá, una palisa y unas patás y un tirón de pelo y lo que cuadre….¡ Que le vamos a jaser, nos ha tocao asina la vida y asina la habremo de capeá…
La mujer no dijo nada. Le pasó el brazo por encima del hombro y deshicieron en silencio el camino hasta el carro. Cuando llegaron el hojalatero se desperezaba ruidosamente. Se oían los bostezos desde fuera; un ruidoso eructo y un sonoro pedo completaron los indicios de la mala educación y la grosería de Antonio. Luego el carro se tambaleó cuando el gitano saltó desde dentro a la calle. Los primeros rayos del sol hirieron, inmisericordes sus corneas enrojecidas por los efectos de la borrachera de la noche pasada. Se frotó los ojos con las manos abiertas y miro, todavía desconcertado, a la María que caminaba trabajosamente hasta el carro, ayudada por la paya que vivía en la casa de la esquina y, sin el menor asomo de arrepentimiento, les grito:
_ No andarás contándole a la paya las mentiras de siempre, que si te pego y eso…Te conviene tener “achantá la mui” y no crearme mala fama, que los payos son mu sensible pa los asunto de los calés y luego ya se sabe, no nos dan trabajo…
La mujer no pudo aguantarse y cuando llegaban a su altura
Le gritó:
- ¡Malobado cabrón!, algún día alguien te hará pagar mu caro lo que le haces a esta pobre. Ni sé cómo la gente de este pueblo no te dan de palos hasta baldarte. Ahora, que si por mí fuera, te aseguro que hoy dormías en la cárcel…
- ¡Mia la paya, que sensible me se  ha vuelto…! En la casa de cada uno se hace lo que se tiene que hacer… Asín es que arreando pa la tuya, que nadie te ha dao vela en este intierro. Y ten mucho cuidao, que los gitanos  semos mu
miraos pa las nuestras cosas, no vaya a sé que vayamo a tené un disgusto, que a mi me se va la mano mu fácilmente…
- Yo no soy la Juana y tengo quien me defienda. Asín es que vete con cuidao con lo que dices, no vaya a ser que quien menos te lo esperes te corte un día la lengua y se la eche a los galgos. Enque seguro que ni se la comían, no fuera a ser que se envenenen.
El gitano entendió que era mejor dejar las cosas como estaban, ni fuera el caso que la mujer, que era bien conocida por todos, le montara un cristo, que a todas luces no era lo que le convenía, pues vivía de un trabajo en el que valía más estar a bien con toda la gente. Así es que tragó saliva, bajó los ojos y, a modo de excusa balbuceó:
- Vamo a dejá las cosas como están. Cada uno a su casa y Dios en la de toos, que tampoco hay que sagerá… Me se fue una mieja la mano, pero ¿a quién no se l’ha ío algunas vese?
Dicho lo cual, dio media vuelta y se metió en el carro.
La mujer miró a la María tristemente, le apretó la mano y le dijo bien alto, para que el hojalatero la oyera:
- Ya sabes donde vivo, pa si necesitas algo, de mi, del mi hombre o de los mis cuatro mozos… No tienes más que acercarte. Ahora te mando por el niño algo pa comer. No es que sobre, pero los pobres es lo que tenemos, que lo poco o mucho que aiga lo repartimos con los demás, enque sean unos perdíos y unos borrachos…
A la María se le llenaron los ojos de lágrimas. Miró a la mujer con aquella tristeza llena de agradecimiento y le tiró un beso con la punta de los dedos. Luego, ayudada por la Pepita se sentó trabajosamente en una silla baja de enea, se puso la mano sobre la boca y sollozó quedamente. “¡Que mala sombra es no ser ná y estar solita en el mundo!”, pensó.
Desde el carro oyó a Antonio trasteando con los cacharros de estañar. Luego salió y sin mirarla caminó en silencio hacia la plaza, arrastrando las zapatillas de esparto, tieso como un chopo, con aquella figura chulesca de gitano pobre y el alma dolorida se le ablandó como una sopa…
- ¡No vas a almorzar naaaa…!, le gritó sin mirarlo.
- Ahora no tengo buen cuerpo, le respondió el gitano. Pa aluego cuando vuerva ya comeré argo.
La cigüeña lo miraba todo desde lo alto de la torre, apoyada sobre una pata, mientras se rascaba son la otra debajo del pico. Luego dobló la cabeza para atrás hasta tocarse la cola, crotoró escandalosamente y se lanzó desde lo alto de la torre batiendo con fuerza las alas, mientras movía las patas rojas, intentando apoyarse en el aire para equilibrarse y
cuando lo consiguió, estiró las patas horizontalmente y se perdió entre los árboles de la alameda cercana, escrutando los campos con su aguda vista, buscando un desayuno que acabaría encontrando.
El niño la miró un momento, miró a la madre y dijo riendo como un bobo: 
- La cigüeña “está machacando el ajo”. ¿Pa donde irá ahora?
- Vete tú a saber, dijo la madre. Irá en busca del almuerzo…
Luego miró al niño y le señaló la puerta de la casa, al tiempo que le decía:
- ¡Hala, deja el aro adentro, coge el cabás y a la escuela, a aprender mucho pa que el día de mañana seas un hombre de bien y no tengas que andar por los caminos de Dios, hecho un pordiosero, como ese!
Las campanas tocaron a misa de ocho y media. Una bandada de pardales y de vencejos salieron volando, piando escandalosamente, asustados por el tañido de las campanas. María, la hojalatera, se levantó trabajosamente, cogió un poco de leña, la arrimó al rescoldo de la lumbre y con el fuelle sopló sobre las brasas. Una explosión de chispas precedió a una pequeña llama que prendió la leña  y la encendió. María arrimó un pequeño puchero de porcelana roja, lo medió de agua, de un cantarillo de barro  que había debajo del carro, cogió la cesta de las patatas y con una pequeña navaja que se sacó de la faltriquera se puso a pelarlas. Lejos, más allá de las alamedas, un burro rebuznó groseramente, mientras que las ruedas metálicas de un carro de bueyes, machacaban inmisericordes la arena del camino que se abría a los lados, dejando unas marcas paralelas que nadie sabía dónde iban a acabar.
LA PASION DE MARÍA
La noche había sido mala y el cansancio la venció. La Pepita la arropó con una manta y se sentó a su lado, llorando en silencio. Soñaba la gitana y gemía bajo el carro, arrebujada en  la manta vieja.   La oscuridad de la noche se iluminaba tímidamente por la luna que asomaba su cara rojiza  por los tesos del Naciente, con atisbos de empezar a crecer. Los sonidos de los animales nocturnos,  rompían el silencio de la noche en ritmos discordantes, como si se contestaran unos a otros. Luna de lobos, llaman a esa luna que hace contralar la mente de algunos animales y dicen, que también de algunas personas. El croar de ranas y sapos del regato cercano, el  cuco apostado en los fresnos de la alameda,  o el mochuelo y la lechuza, con el cantar de los grillos de fondo como dueños  de toda  la orquesta, se unía el remugar de una letanía verbal, a trompicones y repetitiva de  María la gitana. La gitana soñaba en voz alta
-¡Sempre me toca a mí!  ¡sempre…! Toa la cupa la te er vino…, ¡qué mal vino tié…!,   ciega y no ve…, le da igua a quien le da, si no le quito a los chiquillos tambe les arrea. Es iguá si estoy preñá…, y velaí, é  adurmiendo adentro del carro, roncando como si na…, y a mí con una patá, ale, a dormir afuera…, una patá na más, porque me quité delante… Asina son las cosas, conque ¿qué más quieres? ¿Quieres más?... (…).  Una y otra vez soltaba el mismo rosario de frases, hasta que se quedó profundamente dormida. 
Cuando ya empezaban a salir los primeros rayos de sol, el gallo lanzó su canto a pleno pulmón, para que su harén particular fuera desperezándose, al tiempo que señalaba quien era el amo de ese corral. Inmediatamente le contestaron dos o tres gallos más, de corrales lejanos. Los cánticos fueron acompañados de los cantos alegres de los ruiseñores, los jilgueros, los verderones y los herrerillos y de las riñas más cercanas de los pardales en el tejado de la iglesia. El hojalatero salto del carro desperezando el sueño y la borrachera. María que había tardado en coger el sueño,  todavía dormía. 
-¡Venga, arriba que ya se ve!, ya  tenía que estar la lumbre atizá… 
La mujer se removió nerviosa remugando alguna palabra inteligible. 
-Me “vi” a remojar la cara al regato, ¡espabila a la muchacha y “avía” pronto el almuerzo!, y piensa que ties que ir a repartir los cacharros, a ver si arrecogemos alguna perra.
-Sí, pa que te lo gastes en vino…, dijo María, apenas sin dejarse oír.
 Se sentó en la cama improvisada, tratando de no hacer caso al maltratado cuerpo. Ordeno con rapidez en su mente las faenas casi rutinarias del día y tiró con un brazo, hacia atrás de la manta. Se percato del dolor que le producía. Con dificultar se paso el dorso de la mano por la nariz y no le hizo falta mirarse a un espejo para darse cuenta, de la sangre seca que  seguramente manchaba buena parte de la cara.  Era el resultado de la patada que le propino el hojalatero, la había parado con el brazo y rebotado en el mentón hacía arriba, produciéndole una hemorragia nasal. 
Se alisó las ropas  y agarrando con una mano los bajos del mandil de flores, con el revés, se lo pasó por el rostro tratando de quitar las huellas más visibles, hasta que pudiera lavarse la cara. No solía ocultar los percances que tenía con el marido, de todos era sabido, pero no le gustaba que la vieran mas desaliñada de la cuenta. A esas horas de la mañana el día empezaba a tener vida, y era lugar de paso de los hombres que labraban campos y huertas, por el camino de la  Retuerta, y además Inda no tardaría en trastear por la carpintería, que estaba casi enfrente del carromato y  en ocasiones se acercaba a hablar con Antonio.
Ajustó el pañuelo a la cabeza de forma que se le viera lo menos posible y como si no hubiera pasado nada, dispuso lo necesario para el almuerzo, con la ayuda de la hija. Su figura menuda, vestida con las amplias sayas negras, con la única nota de color del mandil de flores, se movió rápida recogiendo los bártulos que habían servido para dormir y con la misma disposición barrió un espacio alrededor del carro, como tenia costumbre.  La limpieza y el aseo personal y el de los  hijos, procuraba que fuera al menos aparente. Y así con regularidad, se adentraban en medio de la corriente del regato,  como ella decía: “a dejar la mugre”. Esa mañana tenía razones de sobra para no dejar pasar el momento de lavarse.
El carácter de la gitana estaba marcado por el tipo de vida al que había estado sometida toda su vida. Protestona, mentirosa, llorona y pedigüeña, eran cualidades de su personalidad que explotaba como le habían enseñado siempre, para sacar el mayor provecho. Huérfana de madre, con un padre borracho, había vivido siempre en un mundo de hombres, con actitudes machistas a todos los niveles.  A  todo esto las leyes gitanas entienden que la mujer les pertenece y a ellos le deben todo lo que son y lo que hacen.
Las costumbres no dieron lugar a esta mujer a entender la vida de otra manera, y a  pesar de su forma de ser, protestona, daba por bueno todo lo que le  sucedía. La ignorancia era la otra cara de la moneda, la que no le dejaba entender por qué ocurrían las cosas. 
Desde el momento en que se casó con Antonio, el hojalatero, la vida de la pareja fue un viaje interminable, con paradas de supervivencia en aquellos lugares donde ya sabían que eran bien recibidos, aunque en ocasiones sufrieran las agresiones físicas, la menos veces, verbales las más, de algún desalmado, para divertirse, y recordarles su condición de gitanos. Eran nómadas de la miseria, vidas errantes por caminos y pueblos sin más pretensión que vivir el día a día. Se acostumbraron a la falsa libertad de los pequeños espacios prestados, que habitaban con los únicos bienes que cabían en un pobre carromato.  
A media mañana María recogió los cacharros que tenía que repartir y enfilo el camino hacia el interior del pueblo. A esa hora hacía rato que había terminado la misa de la mañana y no le extraño toparse con el cura, que atravesaba la plaza a grandes zancadas, moviendo el vuelo de la sotana, haciendo que los pájaros que picoteaban el suelo, se espantaran dando saltitos en dirección opuesta. Se ignoraron mutuamente. A ella no le gustaba el sacerdote y a este tampoco le hacía mucha gracia tener a los gitanos al cobijo de las paredes de la iglesia. Olvidó el instante de la figura vestida de negro y cruzo el mismo lugar,  de camino a las casas donde tenía que dejar los arreglos. Las mujeres del pueblo le darían un poco de charla, que también le gustaba.
Cambió de brazo el hatijo de cacharros  y toco a la primera puerta donde había de dejar una de las ollas estañadas.
-¡Buenos días! Dijo María.
-Buenas nos de Dios… ¿ya tienes el arreglo…?
-Aquí está.  Alargó el brazo hacia el hatillo para soltar uno de los cacharros, dejando al descubierto los moratones de la mano y parte del brazo. La mujer la miró sorprendida y entonces se percato de todos los moratones.
 -¡Pero mujer…! ¿Qué te ha pasado?
_ ¡Qué va a ser… ¡Que Antonio cuando me arrea no mira...! 
-¡Por Dios! ¿Cómo dejas que te haga esto? Estás embarazada…y por lo que se ve te falta poco para dar a luz…
-Si, no llevo mu bien la cuenta…si to va bien pa cuando empiece la luna nueva…no falta mucho. 
-Tienes que tener cuidao… un mal golpe… ¡mira lo avanzada que estás, no dejes que te haga esto! 
-Y qué vi haser!! Estando así, se repara un poco… pero la bebía no lo deja ver, se enfada enseguia, y  to lo arregla con pegá, sea a quien sea!! Pero mira, ¡prefiero que me pegue a mí, que a los chiquillos! Los quito delante to lo que pueo…y eso… Yo le tengo aprecio, me arrecogio de la calle… Sabía que era un perdió y un borracho…pero bueno, no me pega mucho, solo lo justo, y asín tengo un sitio donde estar, y los chiquillos, y no tengo que salir a pedir....Aunque se gasta tanto en vino, que a veses no tengo na pa echarle al puchero… anda muje… mia a ver si tienes argo pa darme, un trozo tocino o farinato… ya no me queda na pa darle a los niños. 
Cruzo las manos encima de la barriga, esperando que la mujer se moviera a buscar algo de lo que le había pedido, y soltó el latiguillo del final de sus conversaciones.- Asina son las cosas, conque ¿qué más quieres? ¿Quieres más…?
Para María los meses de embarazo no significaban más cuidado. Llevaba la vida de siempre y mientras el volumen de la tripa le dejaba, cumplía con todos los trabajos que la vida errante le marcaba. Nunca visitaba un médico, ni había necesitado que la asistieran en los partos. Todo lo que sabía sobre el tema, era lo que había visto entre los gitanos y la experiencia de sus dos embarazos anteriores. El desconocimiento, la llevaba a dejar que la naturaleza siguiera su curso, sin más preocupación. Confiaba en que todo iría bien. A pesar de la despreocupación por el momento, sí anidaba en ella un sentimiento maternal, que seguro no sabría explicar. Funcionaba por intuiciones y así cuando se iba acercando la hora, preparaba lo que ella creía iba a necesitar a la hora de parir. 
Como todas las embarazadas, aunque la gitana no lo supiera, días antes del parto, tenía una actividad más desenfrenada. Era como preparar el nido de lo que iba a venir. En un rincón del carromato guardaba ropa para el bebé, trapos y toallas que aunque viejos se había encargado de lavar en las corrientes de los regatos por donde habían pasado. Acumulaba vivieres para los suyos, adentrándose por los caminos hasta llegar a las huertas, a la hora del mediodía, cuando sabía que los campesinos estaban haciendo la siesta.   
Recorría el campo gozando de la libertad del nómada, atravesando la alameda con los murmullos de sus habitantes, el perfume de las plantas que ya anunciaban la decadencia de la primavera, sintiendo el frescor, que a esa hora se agradecía. El serpeante camino la llevó al otro regato, donde las aguas abundantes  del molino le llamaban la atención. Justo ahí, se mostraba ante  ella, el extenso campo, donde el verde del regadío le apuntaba los lugares de las verduras y también alguna fruta. La única ley de posesión que conocía era la de Antonio sobre ella, en el resto de cosas que la rodeaba,  se sentía dueña y señora para ejercer pequeños hurtos. Debajo del mandil, colgaba el fardel donde iba guardando las verduras de la temporada. Un poco en cada huerta no se notaba, y ella experimentaba la grata sensación de hacer algo bueno por los suyos.  
Era un día normal, como tantos otros pero, se notaba rara. No se movía con la normalidad de siempre y se dio cuenta que la barriga la tenía muy baja. Siguió sus faenas sin decir nada, sabía que era una señal de que se acercaba el momento. Pero todavía podían quedar horas, no tenía ninguna prisa, la prisa la marcaría el que tenía que llegar. Los dos partos anteriores le habían ido bien y nada le hacía pensar que fuera a ser diferente.
Llegada la noche la familia, sentada alrededor de la lumbre, aMaríaba los últimos minutos antes de ponerse a dormir. María echó un rachizo más al fuego.
-¿Pero que hases… Coño qué  no paras?  ¡Tanto fuego, tanto fuego, si nos vamos a dormi!. ¿Pasa argo?
-¡No pasa na… que estos, - y señaló a los niños-, tengan que sabé…
Antonio se la quedó mirando, algo dentro de él se removió, cayó en la cuenta de lo que le podría pasar y al instante reconoció  el miedo que sentía, ese era un terreno de mujeres donde era incapaz de estar cerca. Apuró el cigarro con prisas y escondió su cobardía metiéndose  dentro del carro. La mujer mando a los niños a dormir. Ella esperaba con paciencia que los dolores le anunciaran el momento, moviéndose de un lado a otro.
Cuando decidió subir al carro, ya con dificultad, terminaba de romper aguas. Había llegado el momento y antes de entrar le echó una mirada a la luna. Apenas empezaba a dibujarse la luna nueva, como la nueva vida que iba a llegar. A ella le gustaban las noches iluminadas, daba suerte, esta apenas se dejaba ver, como para dar intimidad, o esconder el dolor. Así había sido otras veces.
Se metió en el carro y sin tener demasiadas ganas de hablar, intento poner firmeza en la voz.
-¿Venga, tos fuera!  Y tú... -le dijo a la hija-. Vigila la olla de agua, cuando te diga, la subes en un cacharro, pa limpia ar crio. Si é como la urtima vez, será rápido.
Los moradores del carro se levantaron de golpe, cogieron sus  mantas y se dispusieron a salir.
La gitana se medio tumbó al fondo del carromato, acerco a ella los trapos y toallas y esperó que  llegara el dolor y ganas de empujar. 
Ni una queja, ni un ay, salieron de su boca. Bien sabía que no serbia “pa na”, Solo la respiración entrecortada, era lo que oían los hijos. Tan pendientes estaban, que los sonidos de la noche, en ese momento, para ellos no existían. El hojalatero se mantenía más lejos, paseando el miedo y vigilando la actitud de los hijos.
Inquieta se puso en cuclillas y aprovechando el siguiente dolor, empujo con todas sus fuerzas, la cabeza del niño salió y en la misma posición, lo amparo con las dos manos, cogió aire, sabiendo que al próximo, los hombros quedarían fuera… 
…Un niño… una tierna sonrisa se le dibujo en la cara, alargo la mano para coger una toalla … envolvió al crio y lo acogió entre sus brazos. Cerró los ojos y unas lágrimas rodaron por sus mejillas. Emociones y sentimientos que no sabía definir, inundaban el ánimo de la gitana, lo apretó contra su pecho, en ese momento no existía nada más. El bebé rompió a llorar y lo acunó con leves movimientos durante unos minutos. Una nueva vida se unía a la suya y dentro de todas las desdichas, sus hijos le inspiraban ternura y cariño, aunque no siempre supiera mostrarlo.
Corto el cordón y coloco al bebé a su lado, a los pocos segundos  expulso la placenta, la recogió, la envolvió en un trapo y la guardó para dársela más tarde al perro. Aseó al recién nacido y  ella se arreglo como pudo. Sintió la necesidad de descansar, hasta que amaneciera.
Cuando los que estaban fuera oyeron el llanto del niño, asomaron sus cabezas a preguntar, qué había sido. ¡Un niño un niño, un niño! Gritaron. Antonio se acerco al carro más tranquilo, el nacimiento del nuevo hijo era la excusa perfecta para tomarse un trago…
Por la mañana bien temprano María retomó las faenas rutinarias como cualquier otro día, a ella la vida no le daba tregua. En cuanto pudo cogió trapos y jabón y se marcho hacia  el regato, a lavarse en condiciones los restos del parto. Busco la zona más profunda  para asearse. Mientras lo hacia una mujer del pueblo que pasaba en ese momento, asombrada le dijo: “¡Pero mujer, que te va a pasar algo!” 
–No,  a las payas sus sentará mal, a las gitana no nos pasa na.... ¿No has escuchao disir que semo de bronse?. Pos eso, el bronce no se quiebra asín como asín…

Antonio, el hojalatero
Dobló la esquina y se encontró en la plaza .Era un hombre alto y enjuto, como un junco de ribera. Vestía con un viejo pantalón de paño azul, deslustrado y remendado en varios sitios, una camisa, casi siempre negra, un pañuelo del mismo color anudado al cuello, un chaleco ya viejo al que le colgaban por detrás las trabillas, y se calaba la cabeza con una gorra negra, capada y sucia, que había conocido mejores tiempos, o con viseras de cuadros. Tenía la cara envejecida, ennegrecida del sol, el aire y el viento, surcada de arrugas que le llegaban en vertical hasta la boca, en la qué, indefectiblemente, colgaba un cigarrillo medio apagado, como un pegote. Tenía unos ojillos pequeños y vivaces y encima del labio superior un bigotillo a lo Hamprhei Bogard, le daba un poco de aire canallesco. Calzaba unas sandalias de esparto, negras y deslustradas y tenía andares de típicos de gitano chulesco. 
El caño de la fuente que estaba en la esquina del Feo, no ajustaba bien y dejaba caer un chorrillo de agua cantarina. Algunos pardales bebían en la pileta de la fuente pintada por el verdín, mientras otros andaban alrededor escarbando entre las pajas, buscando algo de grano o alguna miga de pan que le resolviera el hambre. Cuando vieron aparecer al hojalatero echaron a volar todos al mismo tiempo, batiendo las alas ruidosamente, para posarse en los tejados de las casas cercanas, piando escandalosamente  su disconformidad, al ver que el hombre le fastidiaba el almuerzo.
Antonio tiró calle arriba hasta llegar al corral de las cabras y en la encrucijada de las cuatro calles, resolvió irse a la derecha, buscando la taberna de la Gabina, por ver si le servía una copa de aguardiente que le entonara el cuerpo.
La puerta de madera, con un cristal opaco con labores, rechinó al abrirse y rozar con el artilugio que la cerraba automáticamente. Dentro no había más luz que la que entraba por la puerta del patio, que estaba abierta y los destellos intermitentes que salían de la lumbre de la cocina, que estaba a la derecha; así es qué se paró un momento para que los ojos se adaptaran a la penumbra, al tiempo que con voz aguardentosa gritó:
_ ¡A la pa e Dios. ¿Quien anda por ahí?!
_ ¡ Ya va, contestó Santos desde la cocina!
- ¡ A los buenos día!, dijo a modo de saludo cuando lo vio aparecer en el cuerpo de casa, que hacía de taberna.
_ ¡Coño, Antonio…¿Paé que madrugamos mucho esta mañana?!, dijo el tabernero¿Te ha echao la María del carro?
- Por ahí anda el asunto… Las mujeres, que mandan mucho. Ponme un aguardiente, a ver si se me entona una mieja la barriga.
-Sí la tendrás algo desentoná, después de la curda que te agarrastes ayer…No sé como aguantas tanto… Algún día te va a reventar el hígado…
-Malo ha de ser, si no m’ha reventao ya, con las que llevo…
- Pues también es verdad, dijo el Santos…
Se metió detrás de la barra de madera, ya envejecida por el uso  y deslustrada por el roce de la pana y de una de las estanterías de detrás bajó una botella y la puso encima del mostrador. Luego cogió una copa de otra estantería, la miró al trasluz para ver si estaba limpia y descorchó la botella que rechinó al girar el tapón, al tiempo que la pequeña explosión, que hizo el aire al descomprimirse, retumbo en las paredes del local vacío, formando un pequeño eco. Luego volcó el líquido transparente y oloroso en la copa, cerró la botella y se la acercó al gitano.
¿Tu no bebes ná?, preguntó el hojalatero. Ye te envito.
- Pa mi es un poco pronto. Todavía no he almorzao y tengo el estómago revuelto…
- Pos el aguardiente te lo entona de seguida, dijo Antonio.
- No, si ya lo sé, pero mejor luego…
El gitano agarró la copa con dos dedos la miró con ojos tiernos y se la vació de golpe en el gaznate, tragándose el líquido ruidosamente. Luego eructó escandalosamente y preguntó al tabernero:
-¿Qué se debe?
- Déjalo, dijo Santos. A esta invita la casa.
-Pos muchas grasias…Le debo una a la casa. Voy a darme una vuerta a ver si arreglo argo y saco pa comé…
- Seguro que algo caerá. Abujeros es lo que sobran en este pueblo…
- En este y en toos. ¡Hala, a los güeno día…!
- Con Dios, dijo Santos.
Cuando salió apareció la tía Gabina secándose las manos en el delantalillo negro y murmurando…
- Este landral empieza pronto. Luego a media tarde ya anda borracho como una cuba y la descarga con la mujer. Es un cargo de alma darle de beber.
- Nosotros vendemos vino. Aquí viene el que quiere. Lo demás… cada uno que arregle su casa y sus cosas…
-Sí, pero hay algunas de estas cosas que hacen más mal que bien a todo el mundo. No todo es bueno para el que vive de cara a los demás. Aunque los hay en este pueblo que no le tienen nada que envidiar al hojalatero.
-Pues por eso. Si a cada uno que no debemos, no le diéramos de beber, andaríamos pidiendo nosotros. También hay muchos que beben como Dios manda y no le pegan a la mujer.
Desde la taberna se oyó la voz del hojalatero:
- ¡El hoooooooja…….lateeeeee….roooo! ¡Se arreglan cazueeeelaaasss,sarteeeeneeesssss,hooooooolllllllllaaaaaaaasss,barreeeeeeeñoooooooosssss,pucheeeeeeeeroooooooosssss….. aceiteeeeeeeeraaaaaaaaa…. 
- Ven p’acá, Antonio, a ver que me llevas por arreglarme esto…
-Vamo a verlo. Vaya un bujero majo que tiene esta casuela. Esto te va a costar dos cincuenta…
-¿ Dos cincuenta?... ¡Válgame Dios!. Con eso me compro una cazuela nueva.
-¡ Pos cómpratela, a ver donde la encuentras…! Yo te la dejo como nueva y te aseguro que se te quea arreglá pa los resto, que yo gasto estaño der bueno, del de las minas de Navafría, que lo voy a buscar yo mismo. Esto no tiene na de mezcla…
- Mucha labia, es lo que tú tienes.. Te doy una cincuenta y vas que vuelas, si te interesa…
- Pues ná, pa otra vez será. ¿No querrás que trabaje de gratis?.Anda la vida mu achuchá, pa tener tantos remilgos…
Y el hojalatero, que era un gitano vivales, continuó el pregón calle arriba. Bien sabía él que antes o después la parroquiana acabaría llevándole a arreglar la cazuela. Una nueva le costaría bien, bien, cuatro duros y bien estañada le duraría al menos un año o dos más. Y no andaban las cosas para gastar más que lo justo y aún así nunca llegaba para todo, o mejor dicho, no llegaba para casi nada.
- ¡ Chacho…,oye…,ven p’acá que lo hablamos, hombre!, dijo la paisana a voz en grito cuando vio que el gitano se marchaba.. ¡ Te doy enque sea dos pesetas…!
- ¡¡¡Dos pesetas y media longaniza, dijo el hojalatero…!!!
- ¡ Bueno, venga, media longaniza, pero de la de bofes, pal cocido…!
- ¡Trato hecho, que todo es alimento. Saca p’acá la cazuela, que me la llevo y te la traigo en un rato!
Así eran los tratos, del hojalatero. Siempre sacaba algo más de lo que esperaba y algo menos de lo que pedía, pero lo iba supliendo con dos o tres huevos, un cacho de tocino de cinta, unos farinatos, una morcilla. Él se llevaba las piezas y la María las iba a entregar más tarde y a cobrar, a no ser que se acercaran a buscarlas al carro, al lado de la iglesia. La María le sisaba lo que podía, para poder comer y dar de comer a sus hijos, porque bien sabía que una parte importante de lo que sacaban cada día se quedaba en la taberna, cada noche.
A la puesta del sol, los labradores volvían a casa reventados de andar todo el día cerro arriba, cerro abajo, calados hasta los huesos y con dolores del reuma metidos en el cuerpo y en el alma y la cabeza espesa de tanto trajinar a ver de qué manera le podían salir las cuentas, por lo menos para llegar a final de año. Así es que, tras atender al ganado, sacarlos al agua el que no tenía pozo en casa, o llevarlos al prao boyal, cuando el tiempo estaba para ello, se arrimaban un rato a la lumbre, y, mientras estaba la cena, algunos días se acercaban a la taberna a echar un chato y poder charlar un rato con los amigos de tal o cual asunto. Poco rato, porque el cuerpo andaba cansado, la cena caliente esperaba y al día siguiente “tocaban diana” temprano. 
Pero las noches que andaba por allí el hojalatero, las tabernas estaban más llenas que de costumbre, pues tenía fama de que cantaba bien, sobre todo el flamenco, que era lo que más gustaba en la época y en el lugar. A la caída de la tarde, cuando ya había trasegado un par de jarras, el gitano se arrancaba por lo que fuera, martinetes, tarantos, bulerías, fandangos, cantes camperos, soleás, carceleras, colombianas, farrucas, peteneras…. Lo que le pidieran.
La jarra, las cervezas, el aguardiente y la “coñá”, las aceitunas y los “cacagüeses” no faltaban nunca de  encima de la barra. Los taberneros, animaban la fiesta cada vez que decaía un poco, con el consabido: “a esta invita la casa”, con lo cual la farra podía continuar hasta bien entrada la noche. 
En algunas ocasiones, algún aficionado del pueblo, que presumía de tener buena voz, retaba al gitano a cantar y entonces la discusión y la juerga estaba montada, porque los que estaban alrededor iban enredando la madeja, poniéndose a favor o en contra de cada uno.

En la soledad de mis noches sin luna
busco los luceros de tus ojos verdes
y como una loca repito tu nombre
porque tengo miedo de tanto quererte. 
Tengo que buscar la vida
con la cruz de tu traición
soy esa rama caída 
que a nadie da compasión.

Mi pelo negro, mi pelo
pa que lo quiero serrano
si ya no tengo el consuelo
de la seda de tus manos
mis carnes de flor morena
de que me pueden servir
si me atormenta la pena
porque no ha de ser pa ti
y este dolor que me muerde
es una cruz de pasión,
maldigo tus ojos verdes
ay, tus ojitos verdes,
maldigo tu corazón.

No sé si viniste de tierras lejanas
no sé si eras rubio o moreno valiente
pero si me acuerdo de aquella mañana
me dejó sin ti a tus ojitos verdes 
Y ahora paso por la vida
igual que una maldición
yo que tanto te quería
ya no tengo salvación. 

Casi siempre la cosa acababa de mala manera, pues las discusiones de uno y otro bando solían ser acaloradas. Entonces, los de la taberna daban por acabada la sesión y mandaban a cada uno a su casa. El hojalatero, raro era el día que, por una razón o por otra, no se había fundido gran parte de lo que había ganado y llegaba al carro con una borrachera monumental, después de haber vomitado lo que su estómago no podía digerir, al menos un par de veces. Era entonces cuando María, pagaba los platos rotos, en cuanto abría la boca.

Fin

Los gitanos se marchan
en su caravana,
al clarear la mañana,
por el verde olivar......
(Vienen los gitanos.)
Los gitanos marcharon un día y no volvieron más. Otro día encontré a María en la puerta de la iglesia de los Carmelitas, pidiendo. Era una mujer ya vieja, con la cara de pena de siempre, arrugadita, arrebujada en su toquilla negra, con el sollozo fingido de pedir, la mano en cuenco, esperando recibir la caridad del cristiano que acudía a misa y se apiadaba de ella. Sus ojillos, negros como las aceitunas, no tenían vida. Llovía y el frió invernal salmantino te calaba hasta los huesos.
-“¡Una limosnita, señorito, que estoy solita en er mundo y no tengo pa comé. Dios se lo pagará, señorito!”
- Yo te conozco, le dije, tu eres María la hojalatera…
Me miró con desgana y su cara no expresó emoción alguna, si acaso de fastidio, porque la conversación no le interesaba. Lo único que le interesaba eran las limosnas que las buenas gentes iban dejando caer en su mano… Cuando la misa empezó y la gente dejó de pasar, se incorporó un poco y viendo que todavía no me había ido, sin deshacer para nada su estudiada pose de pena, me dijo:
- ¿De qué me conoce usté, señorito, si se pué saber?
Yo le conté de corrido que era de Topas, que vivía muy cerca de donde acampaban…
- Me enrecuerdo muy bien de usté, de cuando era un churumbé, que jugaba con el mi Pijaco y con la mi Pepita. Y de su madre de usté y también se su abuelo de usté, el que vivía en la calleja. 
Luego, a lo largo de varios días de llevarle algún dinerillo y de tener algunas conversaciones, siempre cortadas por la salida o la entrada de las gentes en la iglesia, me fue contando, no sé si sería real o inventado, que el Antonio siempre le dio mu mala vida; que venían siendo de Colmenar de Béjar, un pequeño pueblo de la sierra de Béjar, de donde el poeta había escrito:


 Serranos de la sierra salmantina,
tremendamente pobres son sus gentes,
tremendamente pobres, más creyentes
que Dios es cosa aparte, porque están 
al cabo de pensar del qué dirán,
porque llevan el alma entre los dientes;

y es que les acompaña cada día
la copla que más duele y peor suena,
porque están tan unidos a la pena
que allí llorar es casi una alegría.

Les duele ese sosiego, ese tan mudo
camino andado a solas, que parece
un camino sembrado de amapolas
en prado seco, mientras oscurece.

El pueblo es Colmenar, sierra de Béjar,
un pueblo que no canta o canta poco,
que al final el cantar lindas canciones,
es para pueblos sin desilusiones,
no para pueblos por el hambre rotos.

El hombre, ya sabéis, es hombre serio,
celtíbero de imagen, exigente
consigo mismo. Con los otros suave;
nunca presume de aquello que sabe
y eso que sabe mucho, y mucho calla.

Conoce desde niño la batalla
de quien no tiene nada y  todo quiere.
Ha vivido la helada, la que hiere
sin piedad dedos labios y muñones,
aquella que levanta sabañones
en los pies, en las manos y en la cara…

     (De versos para Ángel Gómez, de M.Pablos)

 Que al final se había muerto en el Hospital Provincial de una enfermedad mu mala y mu dolorosa  porque se “le podrieron la entraña y se le salieron por la boca, “gomitás”, de tanto bebé y fumá”, lo que yo interpreté como una “cirrosis hepática”, pues en aquellos tiempos no había transplantes de hígado. Me dijo también que los frailes Carmelitas le daban comida cada día y de vez en cuando dinero para sus hijos, que estaban “estudiando” arrecojíos en una escuela del ayuntamiento y que la Pepita no quería estudiar, pero el Pijaco parecía que había salido más listo.
La seguí viendo, de vez en cuando, hasta los años setenta, ya muy viejita y apenas sin poder andar. Luego le perdí la pista.
Recientemente me han dicho que una gitana, que se hace pasar por hija suya, la Pepita, va vendiendo por Topas. Si es así debe tener entre sesenta y cinco y setenta años.

En el rincón de la iglesia ya no hay nunca gitanos. Tampoco hay regato. Sin embargo, cada vez que paso por allí, mi mente se va, sin querer, a aquellas imágenes de los hojalateros, sentados alrededor de una lumbre, comiendo sardinas asadas con cabezas y tripas incluidas, y recuerdo la frase de la gitana cuando al niño que yo era entonces le daba asco de verles comer las sardinas con tripas : “¡ Mia tú, el señorito payo este, como se nota que no pasa hambre, el muy jodío. Tó es alimento y tó se paga, asina es que tó se come; si no quiere verlo, vaite a tomar pol culo de aquí!”. Y con toda la dignidad, se dio la vuelta y continuó comiendo.
No hay carros de varas, ni peleas entre los quinquis y los mercheros, por acampar en el mismo sitio.Tampoco hay mulas viejas, rosnando sus miserias entre los yerbajos de la ribera del regato. Se está arruinando el taller de Inda y han arrancado los árboles de la alameda para transformarla en prado. No se ven, a la caída de la tarde, las mozas con el cántaro de agua en la cadera, recorriendo el camino entre la gavia del molino y la casa, porque ya no hay molino y la gavia es, apenas, un hilillo de agua que recorre el cauce entre maleza, que ya nadie se ocupa de limpiar. 
Ya no están las eras del Camino de Aldeanueva, ni las del camino de Nuestra señora, ni se ven los trillos dando vueltas a la parva, ni los briendos, ni las escobas, ni el botijo de barro, ni los montones de trigo dorado, secándose al sol de Agosto. Ahora las cosechadoras llevan ya el trigo limpio del campo al granero y las labores del verano se hacen en cuatro días. Son otros tiempo, ni mejores ni peores, distintos. 
Lo único que permanece como siempre es la cigüeña, señora del campanario la cual, de tanto en tanto, sigue “machacando el ajo” y haciendo sus garabatos de gimnasia artística, mientras ahueca las plumas para dejar pasar la corriente de aire que le alivie el calor.
Pero hubo un tiempo, no muy lejano, en que el gitano hojalatero dejaba sentir su voz de cantante flamenco por las calles del pueblo, una voz que se quedó entre las piedras de las casas viejas, agarrada a los olmos de la alameda y en el alma de los niños de aquella época, que hoy son ya abuelos.
¡¡¡ El hooooojaaaa…lateeeeerooooo. Se arreeeeeeglaan cazueeeeelaaaaas,pucheeeeeeeroooooos,sarteeeeeneeeesssss..!!
 Los gitanos se marchan
en su caravana,
al clarear la mañana,
por el verde olivar...
Su destino es errante,
no tiene fronteras,
ni su vaga quimera
tiene nunca final...
                                                   (De la canción “Vienen los gitanos”)
                                                                
                                                                   M. PABLOS