Este Blog ha nacido para dejar volar la imaginación, y al igual que las mariposas, anuncian su presencia con el aleteo de las alas, espero de vez en cuando volar para encontrar historias que contar.

28 de septiembre de 2013

LA TORRE4 (Recuerdo al Tío Cándido)


LA TORRE4  (Recuerdo al Tío Cándido)

Cuando se carece de casi todo, y se aspira a tener lo justo para sobrevivir  y la palabra ambición no llevaba implícita maldad, se vivía convencido de sacar cabeza sin hacer mal a nadie y, si cabe, a pesar de las propias carencias ayudar a los que tenias al lado. En esos tiempos, no faltaba quien lo pasaba peor y lo poco que tenías incluidas las fuerzas las repartías entre todos para hacer más llevadera la vida.  En la familia de Eusebio no faltaron ocasiones para repartir lo que tenia y ayudar con las fuerzas, en la intendencia de otras…
 La familia de Eusebio más allá de los hijos,  también era extensa, y convivían o participaban juntos en muchas batallas. La familia de mi madre, estuvo presente en nuestras vidas  de forma  casi diaria. En un principio seguramente porque nuestra madre era la más pequeña, se caso muy joven y el resto, un hermano y dos hermanas, estuvieron más tiempo solteros. Esto hacía que se convirtieran en protectores, no solo de la hermana recién casada, también de los primeros hijos que  tuvo, a los que mimaron casi en exceso, al igual que el abuelo Antonio, que ya estaba viudo.
La tía  Eduvigis y la tía Ana María, fueron las más cercanas, entre otras cosas porque sus trabajos o circunstancias hicieron que vivieran cerca de todos nosotros. La tía Ana María se casó  con Cándido, un silletero de profesión, que conoció en Torrejoncillo (Cáceres) cuando el abuelo Antonio recorría como pastor algún que otro pueblo extremeño.  Se quedaron a vivir en Torrejoncillo, hasta que la vida le marco caminos inesperados y buscaron salidas amables al lado de la familia. Así fue como el tío Cándido entró en nuestras vidas.
El tío Cándido, se convirtió en ese tío qué, según decíamos los más pequeños,  “era más tío”, porque veíamos que se movía entre todos nosotros, casi a diario. 
Bien se merece un recuerdo, aunque su vida, bien podría llenar varias páginas.
Era un hombre lleno de bondad, tranquilo en su forma de hacer, afable en el trato, era en definitiva; buena persona. Se gano el cariño de la familia porque él también sabía darlo y supo acoplarse entre nosotros, como si hubiera nacido en el seno de ella.
Un extremeño habilidoso que, nunca perdió el dialecto ni el acento de su tierra. Al hablar, mezclaba el castellano y extremeño y así aprendimos a familiarizarnos con el dialecto de Gabriel y Galán  y entender las poesías extremeñas de uno de los libros que teníamos en casa.
Renuncio a vivir en  su tierra para satisfacer  los deseos de su mujer que enferma, reclamaba la compañía de su familia. Lo dejaron todo y aterrizaron en Topas con dos hijos y la muerte de su mujer  llamando a la puerta. Era empezar de nuevo sin tener nada.
 Se instalaron en casa del Abuelo Antonio, el padre de nuestra madre, apodado “El tío Frades”  por ser nativo de Frades de la Sierra, y allí pasó la mayor parte de su vida. Convivió  con el abuelo como si de un hijo se tratara,  sorteando  dificultades y desempeñando su profesión de silletero, profesión que apenas le daba para salir a flote y que como le decía el abuelo: “las haces tan fuertes y duran tanto qué, cuando termines de hacer sillas en el pueblo, no vas a tener más trabajo”. El caso es que tuvo ocasiones en que alternaba su profesión con diferentes jornales, aunque esto fue ya cuando en casa no requerían tanto su presencia, su mujer había muerto y los hijos, la mayor parte del tiempo vivían con las tías.
En aquella época se acostumbraba a entender que los hombres viudos y solos, no eran capaces de hacerse cargo de los hijos y haciendo honor a la costumbre y según dicen, a la petición de su mujer, decidieron entre todos, que los hijos, estaban mejor en manos de mujeres y así pasaron a estar el mayor tiempo de sus vidas en casa de las tías. Y él, que podía haber tomado mil decisiones distintas para su vida, nunca abandono a sus hijos,  (que alternaban su casa y la de las tías); se quedó junto a ellos y la  familia que desde el primer momento, le brindó ayuda en todo lo que necesitara.
Con estos antecedentes sus vidas y las nuestras, viajaron juntas sorteando dificultades.  Además de tío, supo ser compañero de los sobrinos mayores, trabajaron juntos y juntos participaron de momentos de asueto y diversión. Una de las mas nombradas entre la familia; era la caza de ranas, para lo que él tenía especial habilidad.
El también supo lo que era emigrar a tierras lejanas, lo hizo detrás de todos nosotros y de su hijo y seguramente con la esperanza, que así fue, de vivir aunque fuera los últimos años de su vida junto a sus dos hijos. También huyendo de la soledad y la vejez,  para morir junto a todos los que le habían acompañado siempre. Su vida tampoco fue fácil.
 Y así, pasando el tiempo, con la nobleza de los hombres rendidos por las circunstancias que le había tocado vivir y con los pulmones ahogándole, se presento un día en casa de mis padres, como si fuera el último que iba a poder subir las escaleras, que lo fue,  a darle las gracias por todo lo que habían hecho por él y sus hijos, porque decía; “mis hijos por la costumbre, no se darán cuenta de lo que habéis hecho… pero yo sí”. Seguramente fue un gesto de necesidad, viendo que la vida tenia fecha de caducidad y él la veía  la muerte ya cercana. Los que nos encontrábamos allí, nos quedamos atónitos, había hecho un esfuerzo físico increíble, sorteando líneas de autobuses y  estaba dando la medida de la gente buena que, no le importo mostrar sus sentimientos y decir lo que seguramente había tenido ganas de decir hacía mucho tiempo. Lo hizo con prisas como quien se sube al último tren y la parada para bajar estaba cerca.  Me pareció un hombre ya entregado a lo que Dios quisiera.  Y si siempre lo había querido, a partir de ese momento, creía firmemente que el acto de quererlo no había sido en vano y se merecía mucho más.  Solo se equivocaba en una cosa: no tenía que disculpar a sus hijos porque, nuestro trato siempre ha sido de hermanos. Y él, fue, “nuestro tío más Tío”.


                               María Calzada




23 de septiembre de 2013

Mi nieta Lidia


A María Calzada y su nieta
que es una preciosidad.

 Mi nieta Lidia

Miré los ojos que tanto me miran

bellos como una tarde de verano

y vi dos lunas de mirada suave

iluminando con su luz mis campos..



El alma henchida de emoción y mimo

acarició con suavidad su cara

y el beso desplegó mis labios curvos

para pintar lo que me dijo el alma... 



Sentí en latir de un corazón saltando

y unos brazos abarcando distancias

se deslizaron por mi cuello suaves

como una seda virgen, delicada.



Noté el broche de sus manos cerrando

sobre mi nuca, el tiempo de sus ansias,

y el beso dulce que esperaba ansiosa

pinto en colores de alegría mi cara.


Sus labios nuevos de palabras nuevas

se deslizaron hasta mi garganta,

subieron al oído y tenuemente,

como el amante lo hace con su amada,



me susurró cual delicada espuma

de ola que muere al descubrir la playa,

¡te quiero, abuela, yo te quiero mucho…!

Paré las cataratas de mis lágrimas,



que acudieron a mí, sin yo quererlo,

desde lo más profundo de mi alma,

y apretando el anillo de mis brazos

sobre su cuerpecillo de aguas claras



susurre en sus oídos el “ te quiero!”

más hermoso que nadie susurrara.

Sentí su corazón que daba brincos

y su abrazo que alegre me llenaba,



con sensaciones de cariños nuevos

con emociones que me desbordaban.

La magia del momento del “¡ te quiero!”

quedo por siempre en mi memoria anclada.



Al día siguiente, como si el contrato

de nuestro amor ella certificara,

abrió sus manos y unas florecillas

me ofreció por reafirmar que me amaba.

M. Pablos

3 de septiembre de 2013

EL LOBATO 2ª PARTE



EL LOBATO 2ª PARTE
María Calzada
Manuel Pablos

Se despertó sobresaltado por los gritos del padre y los ladridos lastimeros de Lobato. Era una fresca mañana de abril y el sol todavía no había asomado por el horizonte…
-¡Te mato, cabrón, perro de mierda… tres conejos, me ha desgraciao tres conejos!
Salió corriendo hasta el corral en pijama. La madre y los hermanos llegaron al mismo tiempo. El padre tenía un palo de fresno en la mano, había acorralado al lobato en un rincón y le estaba dando una somanta de palos mientras le gritaba, totalmente descontrolado, frases incoherentes…”Encima que no vale pa na, ni pa cazar, ni pa cuidar la casa, na más pa comer, hoy le ha dao la vasca y ha matao tres conejos”.
Y continuaba dándole palos, totalmente fuera de sí, mientras el perro, acorralado entre la pared del corral y la vara del padre, trataba de escapar por donde fuera, aullando lastimeramente. El niño corrió a interponerse entre el padre y el asustado animal y a punto estuvo de recibir un palo en la cabeza. Solo el grito  desgarrador de la madre evitó en el último momento que el palo cayera sobre el niño, porque el padre había perdido el control y ya no razonaba.
- ¡Criminal, que eres un criminal!, gritó el niño enfrentándose con el padre. ¿Por qué le pegas así?
La bofetada del padre sonó como un trallazo en la cara del niño. La madre se lanzó corriendo a sujetar al marido, mientras el niño se acurrucó en el rincón de la tenada, llorando amargamente.
-¡Si me vuelves a levantar la voz te despellejo vivo, mocoso!¿ Pero quién te has creído que eres para insultar a tu padre? ¡Métete pa casa, que no respondo, so mierda!
La madre agarró al niño de la mano y se lo llevó a la cocina, mientras le decía en voz alta para que el padre lo oyera. “A tu padre no se le levanta la voz, ni se le chita, cuanto más para llamarlo criminal. Prepárate para el castigo, cuando entre. Vas a estar por lo menos una semana sin salir a jugar. Pues no faltaría más que un mocosuelo como tú insulte a su padre”. Mientras tanto acariciaba la cabeza del niño, fuera de la mirada del padre, al tiempo que  por lo bajo le susurraba:”Métete en la cama y no chites. Y no te levantes hasta que yo no te llame para ir a la escuela”.
 El perro aprovechó el momento de desconcierto para saltar la tapia y salir como alma que persigue el diablo, por la calle abajo, sin detenerse a mirar para atrás, hasta que se perdió entre las casas del pueblo.
-¡Hoy mismo lo cuelgo, este no me hace ninguna más!, decía el padre enfurecido, mientras remataba los conejos heridos por el Lobato, dándoles con el canto de la mano abierta detrás de las orejas, para desnucarlos. Los conejos tenían un último estremecimiento, luego estiraban las patas, dejaban caer las orejas y miraban, ya sin ver, con sus ojos muy abiertos la tierra que había bajo sus cabezas.
Los gallos y las gallinas corrían como paranoicos por el corral huyendo del padre, montando un escándalo descomunal de cacareos, mientras que dos o tres vecinos entraron asustados por el griterío para ver qué es lo que había pasado.
-¡Pues ná,decía el padre, que el cabrón del perro ha saltado esta noche la tapia de la conejera y ya veis,dos gazapos y una coneja muertos. Y todavía suerte que los otros han tenido tiempo de meterse en las huras, que si no me mata la mitad. Encima que no vale ni pa cazar ni pa na que no sea espantar las liebres…Cuando lo llevo de caza y pego el tiro, sale ladrando y corriendo en el sentido contrario, en vez de perseguir la pieza y, algunas veces, se me viene pa casa, muerto de miedo. ¡Hoy mismo lo cuelgo. Menuda ganga me metió “el Posible”, mal rayo lo parta.Ahora que de hoy no pasa, eso os lo aseguro yo, hoy mismo lo cuelgo por el pescuezo en la alameda de la fuente” !
El niño no pudo pegar los ojos. Cuando la madre lo llamó para ir a la escuela el padre ya no estaba y del perro no había ni rastro. Desayunó sin ganas, agarró el cabás y bajó la cuesta camino de la escuela. En la plaza estaba Meli jugando a la cuerda con otro grupo de niñas, mientras cantaban la canción de moda de la época : “Han puesto una librería/ con los libros muy baratos/con los libros muy baratos/Con un letrero que dice/viva Carmencita Franco/viva Carmencita Franco….”
 Se acercó a ellas y la llamó. Las demás niñas los miraron maliciosamente mientras cuchicheaban entre ellas.
- Hoy el padre casi mata al Lobato de una paliza, le dijo con los ojos llenos de lágrimas. Lo va a colgar en la alameda esta mañana, porque ha matado tres conejos en el corral.
-¡Jolines!, dijo Meli sorprendida. ¿ Qué te ha pasado en la cara, que la tienes roja como un tomate?
-Que el padre me ha pegado una bofetada, porque lo he llamado criminal…
-¿Por qué?
- Porque le ha pegado una paliza al Lobato y casi lo mata. Yo fui a defenderlo y lo llamé criminal. Entonces me sacudió.
_¡Que bruto es tu padre, majo!¿Y tu madre que ha dicho?
-Pues nada, que a un padre no se le pueden decir esas cosas. Pero no estaba muy enfadada. Lo dijo para que el padre lo oyera y luego me metió en la cama, para que no me pegara más. Es que estaba furioso.
-¡No podemos dejar que lo cuelgue, lo tenemos que encontrar antes que lo encuentre él y esconderlo!
-¡Ya, pero vete a saber dónde anda! Además, tenemos que ir a la escuela.
- Bueno, pues a la hora del recreo nos escapamos un momento y miramos por el pueblo a ver si lo vemos.
- ¿ Y luego que hacemos con él?
- Ya pensaremos algo. Me voy, que ya está ahí la maestra.
- Vale, pues luego hablamos, a la hora del recreo.
  No existe piedra más dura que el alma de los hombres, cuando el razonamiento desparece y el odio pasa a inundar los espacios vacíos que este deja .Es entonces cuando  el hombre se cree un dios, dueño absoluto de la vida y de la muerte y siembra la muerte al tiempo que arrebata la vida, sin darse cuenta que cada una de las catástrofes que crea es, en realidad, un poco de resquebrajamiento de su alma herida, ya reseca y resentida por otras muertes. Los sentimientos de la pasión, la compasión o la lástima desaparecen, mientras el orgullo de macho dominante crece en las  mismas proporciones. Es cuando el hombre pierde el equilibrio y se siente orgulloso de la barbarie, se regodea en la muerte de los seres que ha querido y la sonrisa retorcida aparece en la cara en forma de máscara burlesca que muestra, cual careta carnavalesca,  lo que no es pero finge ser, para que los demás, nacidos de la misma especie, le consideren uno de los suyos. Siembra la muerte con la misma mano que un día sembró la simiente que llenó de vida la tierra donde habita. Mata sin escrúpulos, con la misma mano que el día anterior acarició al ser al que acaba de quitar la vida, en una manifestación de ternura infinita. Y no manifiesta remordimientos más allá de su propio yo personal y aún a veces, ni los siente en su propio interior. Tan encorchada tiene ya la conciencia.
Encontró al animal acurrucado, temblando aún por el dolor y el miedo, en el rincón más oscuro del comedero del horno. Cogió un cordel y se lo pasó por el cuello haciendo un nudo a escorraliza y dio un tirón con tal violencia que lanzó al perro al medio del habitáculo. El Lobato dio un aullido lastimero cuando la fuerza del hombre le apretó el cuello con tanta furia que a punto estuvo de partirle las vértebras del cuello, se revolvió sobre sí mismo tratando de escapar, pero la fuerza del brazo del hombre no se lo permitió, de manera que rodó sobre su propio cuerpo tres o cuatro veces y quedó boca arriba al lado de la puerta, mirando al amo con aquellos ojos inmensos, interrogadores, tratando de entender el por qué del maltrato y al no  conseguirlo, se sometió a la fuerza y ya no intentó hacer nada. El hombre volvió a tirar del cordel y el perro lo siguió mansamente por la calle del caño abajo. El agua del caño caía a borbotones, como siempre la había conocido, creando una sinfonía perfecta de cristalinos arpegios que atraía a los seres humanos a refrescarse, pero apenas si llamó su atención. Chapotearon las botas del hombre sobre los barros que se formaban alrededor del pilón donde se abrevaban los animales, y un chorrillo de agua y barro sucio salió disparado con la misma violencia que había en quien pisaba, despanzurrándose sobre la pared del abrevadero y resbalando pared abajo, creando en ella una mancha indefinida, de un color marronaceo, que destacaba sobre la mugre ya acumulada por otros chapoteos anteriores. Siguieron por la calle de la fuente, pasaron bajo la higuera del cura y caminaron por la calle empedrada que llevaba a las alamedas del regatillo que pasaba al lado de la fuente medieval, que seguía manado abundantemente desde, probablemente, la época de los romanos y que había sido testigo, a lo largo de tantos años, de la historia que llevaba aparejada. Al llegar al puente de piedra el amo buscó con la mirada un fresno viejo que subía pared arriba desde el regato sobre el arco central del puente, escogió una rama fuerte y pasó el cordel por encima de ella y, sin ningún miramiento, dio un tirón salvaje y el perro salió disparado hacia arriba, mientras el nudo se apretaba alrededor del cuello del animal, asfixiándolo y quebrando las vertebras del cuello; aullaba de dolor y movía las patas traseras en una especie de danza macabra, tratando de enganchar la cuerda que le estaba quitando la vida poco a poco.
 El amo ni se inmutó. Ató la cuerda con doble nudo a la rama y dejó al animal balanceándose como un pelele roto, en medio del arco del puente, emitiendo unos aullidos lastimeros, dio media vuelta y se volvió a casa. Era mediada la mañana y quedaba mucho por hacer.
Oyeron los ladridos a la hora del recreo y supieron que el padre había cumplido la promesa. Salieron disparados por la calle del tío Celedonio y con toda la velocidad que sus piernas le permitían enfilaron por la calle de las pozas hacia el puente. Los cantos rodados se le clavaban en la planta del pie y le quemaban la piel, pero apenas si lo notaban. Cuando llegaron el perro ya no aullaba y casi no se movía, pero los pequeños movimientos del pecho le hicieron comprender que no estaba muerto del todo.
-Gatea por el árbol  desde el regato y sujétalo “p’arriba” con todas tus fuerzas, gritaba Meli. Todavía está un poco vivo. A ver si yo desde aquí puedo desatar los nudos.
El niño trepó por el árbol como un gato lo más rápido posible, se puso a caballo sobre dos ramas que quedaban por debajo del perro, metió el hombro bajo sus partes traseras y se levantó empujando con todas sus fuerzas  al perrillo inerte hacia arriba, para que el cordel aflojara un poco, lo suficiente para que Meli pudiera deshacer el nudo de la rama superior y el perro cayera al regato como un fardo.
Llegaron al mismo tiempo y aflojaron el nudo del cuello para ver si el perrillo respiraba…
_ ¡Está un poco vivo, porque respira un poco!, gritaron entusiasmados.
Pero el perrillo no hizo ningún movimiento. Solamente un leve aleteo de la nariz y un ligero movimiento de vaivén de las costillas hacían presagiar que no había muerto del todo, pero tenía la cabeza caída de lado, con la lengua medio amoratada saliéndole de la boca y cuando trataron de ponerlo de pie el animal cayó al suelo como un pelele roto…
Los niños se miraron a los ojos y se les saltaron las lágrimas. El perrillo debía estar muerto. “ ¡Vamos a soplarle por la boca, dijo el niño. Yo he visto hacérselo a un cabrito que nació muerto y resucitó”. Y acto seguido metió los dedos entre los dientes del animal i bajando su boca a la altura de la del perro intentó soplarle dentro de la garganta. Y fue entonces cuando el perro hizo un leve movimiento y  un apagado sonido gutural salió de lo más profundo de su garganta, al tiempo que un espasmo hinchó los costillares y un estremecimiento recorrió el cuerpo del animal de la cabeza a las patas. Pero luego se quedó quieto de nuevo y pensaron que se había muerto.
-¿ Y si lo metemos en la fuente?, dijo sollozando Meli. A veces el agua revive a los animales…
-Por probarlo… dijo el niño con poco entusiasmo.
Lo cogieron por la cabeza y las patas y como pudieron lo llevaron hasta la fuente que dejaba escapar una regaterilla de agua fresca hacía el pilón que había por debajo y que en un tiempo había servido como lavadero público . Le pusieron la cabeza sobre la regatera y con las manos le echaban agua en la cara, para ver si reaccionaba, pero viendo que no respondía decidieron meterlo en la fuente que no era muy profunda. El perro se fue al hondón y los niños pensaron que allí acabaría ahogándose. Pero de repente, al contacto con el agua fría, el perro comenzó con una tiritona primero y con un movimiento desmadejado de las patas después y trató de sacar la cabeza por encima del agua, sin conseguirlo al primer intento.
Los niños comenzaron a dar saltos de alegría:”¡Está vivo… está vivo… lo hemos resucitao…, gritaban alborozados.
Lo agarraron por las orejas, para tenerle la cabeza por encima del agua y el perro abrió los ojos, trastabilló como un borracho y se agarró después con las patas delanteras a las piedras que cerraban la fuente, con los ojos saliéndosele de las órbitas, agarrándose con las garras de las patas delanteras a las piedras musgosas de la boca de la fuente, tratando de salir de allí lo antes posible. Los niños lo empujaron para arriba agarrándolo del rabo  y lo abrazaron con un inmenso cariño, al tiempo que le llenaban la cabeza de besos…
Cuando se repuso de la conmoción el animal estiró las patas, sacudió el cuerpo para librarse del agua que lo empapaba, poniendo a los dos niños perdidos, y comenzó a dar saltos y a hacer cabriolas, cayendo una y otra vez sobre la hierba húmeda ante el alborozo de los dos niños.
-¿Y ahora qué hacemos con él?, dijo Meli. ¿Dónde lo escondemos? Porque si lo encuentra tu padre y sabe que lo hemos “descolgao” nos mata a los dos.
- Lo metemos en la casa vieja de el tío Tordas, que está al final del pueblo, en la calleja de María la Sorda, lo dejamos atao y le llevamos comida sin que lo sepa nadie. Luego ya se nos ocurrirá algo.
Y arrancaron a todo correr, seguido por el Lobato, hacia el sitio, para volver a la plaza antes de que se acabara la hora del patio y los echaran de menos en la escuela.
Lo escondieron en el pajar abandonado del tío Tordas, que era un hombre mayor que vivía en una calleja de las afueras del pueblo, en una calleja donde solo vivía una mujer de nombre María que estaba sorda como una tapia. El tío Manuel Tordas, que era un viejecillo viudo, hacía ya un tiempo que se había marchado a una residencia de las Hermanitas de los Pobres, dejando abandonadas su casa y sus pajares y nadie, excepto los niños que se metían a jugar de vez en cuando, entraba por allí.Así es que pensaron que aunque el animal ladrara por las noches nadie lo podría oír, a no ser María y estando sorda no parecía muy posible que esto pasara. Así es que ataron al perro a la argolla de un pesebrón, le pusieron un buen mullique de paja seca y le llevaron dos latas de las de sardinas de un kilo, una para ponerle el agua y otra para la comida.
 Lo sacaban a pasear de vez en cuando y lo llevaban con ellos cuando iban a buscar hierba, hasta que un día Generoso, el pastor, los descubrió paseando el perro. 
-¿ Pero qué coño hacéis vosotros dos con este perro?¿De dónde lo habéis sacado?. ¿Este no es el perro que colgó tu padre en el regato hace un mes?
Los niños se quedaron mudos del susto. Miraban al suelo, al perro y a Generoso, sin decir palabra.
-Es…que…,- balbuceó Meli-, lo descolgamos del árbol y todavía no estaba muerto…Pero el padre de éste no lo sabe, porque si se lo decimos, lo vuelve a colgar…
- ¡ Jajajajajajajajajajajajaja…!, rió sonaramente Generoso. Cuando se entere os va a despellejar vivos. Anda buscando por todo el pueblo quien lo habrá descolgao para quedarse con la piel. Cuando se entere le da un pasmo. Hay que joderse con este par de mocosos! ¡¡¡¡Jajajajajajajajaja!!!!
La cara de Generoso estaba congestionada por la risa.Los carrillos se inflaban y se desinflaban con las risotadas, volviéndose de un color rojo , intenso, mientras que su vientre, voluminoso, se  movía desacompasadamente, subiendo y bajando escandalosamente, mientras se sujetaba los pantalones, atados con una lía, por encima de la cual se veían con profusión los calzoncillos de un color indefinido, para evitar quedarse en cueros.”¿Y ahora qué vais a hacer con el perro?¿Por qué no pensaréis tenerlo encerrado toda la vida en el pajar de Tordas?. Además, que un día u otro os descubrirán”, gritó de nuevo Generoso.
-No sabemos, pero ya pensaremos algo, dijo Meli.
- ¡Ya pensaremos algo…ya pensaremos algo!, repitió Generoso. ¡Vosotros qué coño vais a pensar! Os cogerán seguro.
Los niños se miraban angustiados. No sabiendo que decir trataron de seguir su camino, pero Generoso, el pastor, se interpuso entre ellos, al tiempo que decía:
- Tengo yo pensada una, que os puede sacar de este apuro, pero no sé si decírosla o no.
Los niños se pararon en seco y lo miraron con ojos suplicantes. Generoso siguió: “ De aquí a dos semanas yo me voy a subir a los pastos del monte y luego a la rastrojera con las ovejas y no vuelvo hasta después de verano. Y, casualmente , necesito un perro como este, porque la Mora se ha hecho ya grande y no aguanta las caminatas largas. Digo yo que si me dejáis el perro yo me lo llevaría y cuando vuelva, ya será más grande, habrá cambiado bastante y no creo yo que tu padre lo conozca. Y vosotros podréis ir a verlo y a sacarlo a pasear a mi casa, como si fuera mío, pero será vuestro y nadie se enterará…”
Los niños se miraron y por primera vez en muchos días en sus ojos brillaba una chispita de esperanza. No se atrevían a decir nada, pero entendían que tal como lo proponía Generoso no estaba mal el trato.
- ¿Pero nos lo dejarás ver y sacar de paseo cuando vuelvas?
- Siempre que queráis, que para eso sois los amos.
- ¿Y no se lo dirás a nadie?
- A nadie, la gente no tiene por qué saberlo. Claro que si no estáis de acuerdo, tampoco pasa na, yo me busco otro perro y Santas Pascuas…Vosotros os lo pensáis y si hace el trato, mañana me lo decís, que yo me encargo de los trámites. Pero tiene que ser mañana, si no, no hay trato.
- Mañana te decimos algo, dijo el niño.
-Pues hasta mañana, pues. Estaré aquí a esta misma hora.
Y Generoso, que era un buen hombre, amante de los animales y enemigo de los maltratadores, se llevó el perro al monte y a la rastrojera y con él estuvo muchos años. Los niños fueron felices y el padre todo se volvía decir : ¡Mira que se parece el perro del Generoso al Lobato. Seguro que “el Posible” le debió endosar uno de la misma camada, porque se parecen como dos gotas de agua!
El niño se reía por lo bajo y la madre lo miraba con aquella sabia complicidad que solo las madres saben tener y guardaba silencio. Pero un día cuando estaban solos le espetó de repente:”¿Cómo conseguisteis descolgar al Lobato y esconderlo?”
Y cuando el niño le contó las peripecias se puso a reír descontroladamente al tiempo que entre hipidos, entrecortadamente le decía:”Menos mal que tu padre no es muy listo, que si lo fuera te habría escarmentado. Pero mejor vamos a dejar las cosas como están. Eso sí, te toca fregar los platos una semana”.
El niño movió la cabeza con resignación, miró a la madre con cariño y se rió a carcajadas cuando esta le guiño un ojo.

Unos años más tarde los dos niños desaparecieron del pueblo. Meli se marchó a Valencia, porque al padre lo colocaron “muy bien colocao”, de encargado de una finca, los del gobierno y el niño se marchó a estudiar a la capital.
Se volvieron a encontrar un verano al cabo de quince años, cuando la familia del Posible decidió pasar unos días en la casa de los abuelos, que estaba deshabitada.
Se reconocieron inmediatamente y se dieron un fuerte abrazo.
- ¡Madre, mía, que guapísima estás! Eres una mujer preciosa.
- ¡ Pues tú no estás nada mal… amigo! Igual deberíamos ir a buscar un saco de yerba una tarde de estas…
-Lo que es por mi… ya te digo. Hasta sin saco, si quieres. ¿Y que es de tu vida?
- Es muy largo de contar, pero una de estas tardes daremos un paseo y nos lo contamos todo.
Meli estaba sentada en la pared de la cortina del tío Celedonio. Llevaba pantalones vaqueros ajustados y una camisa de Lacoste rosa. Tenía las piernas colgando hacia el camino y las movía hacia adelante y hacia atrás, como entonces. La miro con los ojos semi cerrados porque el sol le daba de frente y le molestaba.
- ¿Te has olvidado el saco?, le dijo. Sin saco no hay hierba.
- Ya no hay conejos que alimentar, no nos hace falta saco, simple.
Luego le obsequió con una hermosa sonrisa, como aquellas que recordaba.
- No has cambiado nada, amiga. Te ríes igual de bonito que entonces…
_ Tu tampoco. Me miras igual de atontado que entonces…
Bajó de un salto y enfilaron por el camino de la Fuente abajo. El empedrado del camino era el mismo y se les clavaba, como entonces, en los pies. Estaba caliente del sol de todo el día y molestaba un poco.
Cuando llegaron al puente, la frescura de la alameda les llamó a sentarse sobre el pretil. El regatillo aún llevaba un canalillo de agua que resbalaba sobre los cantos rodados, creando musicalidades de cristal que alegraban los oídos de los jóvenes Los jilgueros y los verderones cantaban desaforadamente, creando un clima bucólico extraordinario. Sin querer se tocaron sus manos y ninguno de los dos las aparto. Se quedaron allí, disfrutando un momento del silencio, oyendo el cántico de los jilgueros y los verderones, hasta que sus miradas se encontraron. Eran unas miradas claras, limpias, de amigos de mucho tiempo, sin otras connotaciones.
- ¿Te acuerdas de la última vez que estuvimos aquí?,- preguntó él.
- Como para olvidarse,- respondió Meli. Tu trepabas como un gato por ese fresno  y yo estaba tan nerviosa que me oriné las bragas.
- Yo me hice un “sonrastrón” en el hombro que me duró al menos un mes, pero no se lo dije a nadie en mi casa. Mi padre se pasó una temporada intentando saber quien había descolgado al Lobato. Decía que algún cabrón debía haberlo desollado y curtido la piel para hacerse una alfombra. Fue, incluso, a preguntarle al curtidor, pero nunca supo lo que en realidad había pasado.La madre si lo supo y me castigó a fregar los platos una semana, pero nunca se lo dijo al padre.Cuando Generoso volvió al pueblo, a principios del invierno y vio al Lobato yo creo que lo reconoció, pero no se atrevió a preguntarle nada. Se pasaba el día diciendo que el perro del pastor era como el Lobato, que seguro que tu padre le había “colocao” otro cachorro al pastor, pero como ya os habíais ido a Valencia…
Meli lo miró con aquellos ojos suplicantes de siempre y él sostuvo la mirada. Siempre lo hacía cuando quería preguntarle algo, pero no estaba segura si debía hacerlo. Él le guiño el ojo y ella sonrió con complicidad.
-¿Te has acordado de mí alguna vez en todo este tiempo?
-Muchas veces. Al principio estaba como atontado. No tenía ganas de coger yerba y mi padre me abroncaba cada día. Pero como era el otoño y ya comenzaba a hacer frío, la madre me echó un capote y convenció al padre de que había menos hierba cada día.
Luego, en septiembre, me fui a estudiar a Salamanca y la nueva situación me cambió la vida y me ayudó a seguir adelante. Pero cuando venía al pueblo, siempre te echaba de menos. Todavía  sigo echándote de menos.
Le apretó un poco la mano agradeciéndole las palabras y le provocó un ligero estremecimiento, que ella notó enseguida.
-A mi me pasó lo mismo. Me costó mucho olvidar nuestros juegos, nuestros encuentros, nuestras aventuras… Pero luego también comencé los estudios, conocí gente nueva, amigos nuevos y poco a poco te fuiste quedando en mi recuerdo. Sin embargo, cada vez que me acordaba de ti sentía una especie de nostalgia triste. Aun sigo sintiéndola.
- ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
-¿Ahora me preguntas eso?¿Desde cuándo tienes que pedirme permiso para preguntarme algo? Ya sabes que puedes, pare eso somos amigos, creo.
-¿Tienes a alguien en tu vida?...
Lo miró directamente a los ojos. Algunos rayos de sol que se filtraban por entre el ramaje hacían que se le cerraran un poco, pero a pesar de todo tenían la claridad de siempre y reían como siempre, mientras que el mohín de burla que él conocía tan bien desde que eran niños, apareció en sus labios, haciendo que el hoyuelo de las mejillas se acentuará más, dando a su cara una una suavidad serena que le había encantado desde siempre.” ¡Qué guapa es!”, pensó. Ella mantuvo la expresión más tiempo de lo normal, sin dejar de mirarlo, sonriendo coquetamente.
- A veces hay preguntas que un amigo no debería hacer y que una amiga no debería responder. ¿Qué te pasa, hombre?
_Tienes razón, hay preguntas que es mejor no hacerlas. Dejemos las cosas como están.
Meli se levanto con media sonrisa en la boca, tenían muchas cosas que contarse, y lo haría despacio y procurando que el momento que estaban viviendo no nublara la realidad de las cosas. Lo miro fijamente con una chispa de picardía, haciendo la pregunta que tantas veces se habían hecho en ese lugar.  -¿Para donde tiramos? –El entendió, dejaría que las cosas simplemente surgieran. _Vamos hacia las huertas, a ver quien corta ahora la hierba de las lindes…
Caminaron uno al lado del otro mientras la  chica pensaba que el momento que estaban viviendo era mágico. Estaban recopilando recuerdos que casi pertenecían a otra vida pero eran como tesoros anudados por un lazo que los mantendría unidos siempre. La inocencia de la niñez era el valor más sano para sentir complicidad cada vez que se vieran. Pero habían pasado muchos años y a su lado caminaba un joven que ahora apenas conocía. Durante los últimos años por su vida habían pasado ilusiones que se habían quedado por el camino. Y este momento podía confundir sentimientos… Al chico lo notaba como atontado. Y ella… ¿Se podría desandar el camino?...
Meli rompió sus propios pensamientos para, contarle a grandes rasgos como habían transcurrido estos quince años. Los primeros años la añoranza hacia que volvieran a su memoria los recuerdos de su pueblo pero, poco a poco, las obligaciones el colegio, nuevos compañeros y amigos, le hicieron sin apenas darse cuenta,  tomar conciencia de una vida nueva y para eso se preparo en lo que le gustaba. Había estudiado enfermería y ya trabajaba en el Hospital de la Fe de Valencia. El rumbo de su vida ya estaba encauzado.
El chico la miraba con más admiración si cabía y asintiendo sobre lo que le había contado. Se disponía a contarle sus experiencias cuando sintieron el ruido de pequeños cencerros. Giraron la vista, a uno de los lados del camino en una de bifurcación, una piara de ovejas se acercaba. Se miraron incrédulos. -¡No puede ser! -Dijo el chico. – ¡Generoso con el Lobato…!
Generoso se acercaba a donde estaban los chicos, con la misma parsimonia que lo hacían las ovejas. Ya cerca de ellos, enseguida los conoció, ya había oído decir  que estaban pasando unos días en el pueblo. Llego a ellos con una amplia sonrisa girando la vista hacia el perro que llevaba al lado. “Sin duda pensarían que era el Lobato”. Y ese fue su primer saludo; -¡No, no es el lobato!… Esta es Zara, nieta de vuestro perro, la jodía tiene la misma pinta. ¡Cuando queráis uno no tenéis na más que decirlo! –los jóvenes se miraron y soltaron una carcajada.
 Mira, Generoso, ahora sí que no podríamos tener un perro.- dijo Meli riendo.
 - ¿Y qué es,  que en la capital no se puen tener perros?...
- La capital impone mucho respeto a los perros. Aquí están bien. Allí no hay ovejas que guardar ni conejos que comer.
Se rieron a un tiempo. Luego el pastor cerró un poco los ojos, como si le molestaran los rayos del sol y con aquella medio risa socarrona suya prosiguió: “-Ahora que os libré de una buena. Si se llega a enterar tu padre te despelleja vivo”.
-Para eso está la buena gente como tú, para hacer favores a los amigos.
-Entodavía  me lo debes, asín es que cualquier día me lo paso a cobrar…
- Cuando tú quieras, amigo. Lo que se debe hay que pagarlo…
- Pues ya ajustaremos cuentas… ¿Y pa donde vais los dos juntos?¿No andaréis siendo una mieja novios, vosotros dos?
Los chicos se rieron al mismo tiempo,mientras Generoso los miraba desconfiado.
-No hombre no, yo ya tengo  uno en Valencia,- dijo Meli.
-Y yo me voy a la mili cualquier día de estos.
… Se despidieron de Generoso después de haber intercambiado las frases de rigor por el  tiempo que hacía que no se veían, aprovecharon para darle las gracias por haberse hecho cargo del Lobato, le comentaron el acierto de habérselo dejado y manifestaron la alegría que sentían, por haber conseguido del perro, hacer la familia de chuchos que había hecho.
Sonrientes y satisfechos por el encuentro con el hombre, continuaron hacia las huertas y fue el chico el que reanudo la conversación. Él también había seguido el camino del estudio, era licenciado en Lengua y Literatura y también estaba en primero de Psicopedagogía. Tenía pendiente el Servicio Militar y eso sin duda seria un parón en sus proyectos.
Caminaban despacio, como haciendo  más largo el paseo; los dos querían ganar tiempo para contarse muchas cosas. Pero estaban llegando a la huerta de Benino el “Peralo”  qué, desde hacía rato estaba apoyado en la azada que le servía para desviar el agua de los cantones que estaba regando. Achicaba los ojos haciendo esfuerzos por reconocer a esa pareja que venía paseando por el camino. Los chicos habían lo habían visto desde hacía rato; conocían muy bien la huerta y su inconfundible figura y se dirigieron hacia él. Benino no reaccionaba. La cara de desconcierto divirtió a la pareja y fue Meli quien saludó primero, dándole alguna pista.
-Buenas Benino… ¿Se puede segar la linde?
Todavía necesitó unos segundos para caer en la cuenta.
-¡Ah, me cagüen  diez, vosotros sois el par de mocosos que veníais a segar yerba, coño, si que habéis cambiao...!
Los miraba de arriba abajo, cavilando y seguro que sacando conclusiones.
- Han pasado muchos años, en cambio, ¡tú estás igual! –dijo el chico.
- Bueno, a mi me han caído los mismos años que a vosotros, y seguro que me han hecho  más daño. En cambio vosotros… ¡sois una pareja mu bien plantá…!
Los jóvenes se miraron divertidos y desviaron la conversación hacia cosas menos comprometidas; conocían las salidas del “Peralo” y no iban a darle cancha. Pusieron en práctica el arte de llevar la conversación por donde ellos querían y se dieron cuenta de que Benino los seguía inquieto. En esta ocasión eran ellos quienes se estaban divirtiendo y desconcertando al hombre.
Después de un rato de charla los jóvenes se despidieron y cuando ya estaban de espaldas al Peralo, éste les pregunto, lo que hacía un rato le daba vueltas por la cabeza: -¿Pero vosotros sois novios o qué?
Los dos rieron a un tiempo…