LA TORRE4
(Recuerdo al Tío Cándido)
Cuando se
carece de casi todo, y se aspira a tener lo justo para sobrevivir y la
palabra ambición no llevaba implícita maldad, se vivía convencido de sacar
cabeza sin hacer mal a nadie y, si cabe, a pesar de las propias carencias
ayudar a los que tenias al lado. En esos tiempos, no faltaba quien lo pasaba
peor y lo poco que tenías incluidas las fuerzas las repartías entre todos para
hacer más llevadera la vida. En la familia de Eusebio no faltaron
ocasiones para repartir lo que tenia y ayudar con las fuerzas, en la
intendencia de otras…
La
familia de Eusebio más allá de los hijos, también era extensa, y
convivían o participaban juntos en muchas batallas. La familia de mi madre,
estuvo presente en nuestras vidas de forma casi diaria. En un
principio seguramente porque nuestra madre era la más pequeña, se caso muy
joven y el resto, un hermano y dos hermanas, estuvieron más tiempo solteros.
Esto hacía que se convirtieran en protectores, no solo de la hermana recién
casada, también de los primeros hijos que tuvo, a los que mimaron casi en
exceso, al igual que el abuelo Antonio, que ya estaba viudo.
La tía
Eduvigis y la tía Ana María, fueron las más cercanas, entre otras cosas porque
sus trabajos o circunstancias hicieron que vivieran cerca de todos nosotros. La
tía Ana María se casó con Cándido, un silletero de profesión, que conoció
en Torrejoncillo (Cáceres) cuando el abuelo Antonio recorría como pastor algún
que otro pueblo extremeño. Se quedaron a vivir en Torrejoncillo, hasta
que la vida le marco caminos inesperados y buscaron salidas amables al lado de
la familia. Así fue como el tío Cándido entró en nuestras vidas.
El tío
Cándido, se convirtió en ese tío qué, según decíamos los más pequeños,
“era más tío”, porque veíamos que se movía entre todos nosotros, casi a diario.
Bien se
merece un recuerdo, aunque su vida, bien podría llenar varias páginas.
Era un
hombre lleno de bondad, tranquilo en su forma de hacer, afable en el trato, era
en definitiva; buena persona. Se gano el cariño de la familia porque él también
sabía darlo y supo acoplarse entre nosotros, como si hubiera nacido en el seno
de ella.
Un extremeño
habilidoso que, nunca perdió el dialecto ni el acento de su tierra. Al hablar,
mezclaba el castellano y extremeño y así aprendimos a familiarizarnos con el
dialecto de Gabriel y Galán y entender las poesías extremeñas de uno de
los libros que teníamos en casa.
Renuncio a
vivir en su tierra para satisfacer los deseos de su mujer que
enferma, reclamaba la compañía de su familia. Lo dejaron todo y aterrizaron en
Topas con dos hijos y la muerte de su mujer llamando a la puerta. Era
empezar de nuevo sin tener nada.
Se
instalaron en casa del Abuelo Antonio, el padre de nuestra madre, apodado “El
tío Frades” por ser nativo de Frades de la Sierra, y allí pasó la mayor
parte de su vida. Convivió con el abuelo como si de un hijo se
tratara, sorteando dificultades y desempeñando su profesión de
silletero, profesión que apenas le daba para salir a flote y que como le decía
el abuelo: “las haces tan fuertes y duran tanto qué, cuando termines de hacer
sillas en el pueblo, no vas a tener más trabajo”. El caso es que tuvo ocasiones
en que alternaba su profesión con diferentes jornales, aunque esto fue ya
cuando en casa no requerían tanto su presencia, su mujer había muerto y los
hijos, la mayor parte del tiempo vivían con las tías.
En aquella
época se acostumbraba a entender que los hombres viudos y solos, no eran
capaces de hacerse cargo de los hijos y haciendo honor a la costumbre y según
dicen, a la petición de su mujer, decidieron entre todos, que los hijos, estaban
mejor en manos de mujeres y así pasaron a estar el mayor tiempo de sus vidas en
casa de las tías. Y él, que podía haber tomado mil decisiones distintas para su
vida, nunca abandono a sus hijos, (que alternaban su casa y la de las
tías); se quedó junto a ellos y la familia que desde el primer momento,
le brindó ayuda en todo lo que necesitara.
Con estos
antecedentes sus vidas y las nuestras, viajaron juntas sorteando dificultades.
Además de tío, supo ser compañero de los sobrinos mayores, trabajaron
juntos y juntos participaron de momentos de asueto y diversión. Una de las mas
nombradas entre la familia; era la caza de ranas, para lo que él tenía especial
habilidad.
El también
supo lo que era emigrar a tierras lejanas, lo hizo detrás de todos nosotros y
de su hijo y seguramente con la esperanza, que así fue, de vivir aunque fuera
los últimos años de su vida junto a sus dos hijos. También huyendo de la
soledad y la vejez, para morir junto a todos los que le habían acompañado
siempre. Su vida tampoco fue fácil.
Y así,
pasando el tiempo, con la nobleza de los hombres rendidos por las
circunstancias que le había tocado vivir y con los pulmones ahogándole, se
presento un día en casa de mis padres, como si fuera el último que iba a poder
subir las escaleras, que lo fue, a darle las gracias por todo lo que
habían hecho por él y sus hijos, porque decía; “mis hijos por la costumbre, no
se darán cuenta de lo que habéis hecho… pero yo sí”. Seguramente fue un gesto
de necesidad, viendo que la vida tenia fecha de caducidad y él la veía la muerte ya cercana. Los que nos
encontrábamos allí, nos quedamos atónitos, había hecho un esfuerzo físico
increíble, sorteando líneas de autobuses y estaba dando la medida de la
gente buena que, no le importo mostrar sus sentimientos y decir lo que
seguramente había tenido ganas de decir hacía mucho tiempo. Lo hizo con prisas
como quien se sube al último tren y la parada para bajar estaba cerca. Me
pareció un hombre ya entregado a lo que Dios quisiera. Y si siempre lo
había querido, a partir de ese momento, creía firmemente que el acto de
quererlo no había sido en vano y se merecía mucho más. Solo se equivocaba
en una cosa: no tenía que disculpar a sus hijos porque, nuestro trato siempre
ha sido de hermanos. Y él, fue, “nuestro tío más Tío”.
María Calzada