Nos conocimos siendo apenas unos
adolescentes, Yo tenía 18 años y tú apenas 15, compartimos horas de trabajo mezcladas
con diversión inocente, propia de la
edad que teníamos, en una época donde todo era opaco. Disfrutamos del trabajo
con la conformidad de saber; de que no nos quedaba otra, éramos de los más
pequeños de un montón de hermanos y estábamos en ese momento de arrimar el
hombro, no solo para nuestros padres, también para nosotros mismos. Nos unían
muchas cosas. Fuimos cómplices, compartimos secretos y preocupaciones por esa lucha
intestina que tenías, donde la verdad no era posible porque la sociedad y tus
seres más queridos no estaban preparados. Antepusiste tu felicidad a romper con
los prejuicios. Durante mucho tiempo navegaste entre dos aguas, y aunque las verdades se translucían entre
sombras veladas, te quisiste convencer de que sería posible seguir el camino de
las convicciones establecidas, pero te
diste cuenta que para ello arrollarías a otras personas que nada tenían que ver
con tu realidad. Y entonces salía el niño bueno que siempre ha habido en tí y renunciaste
a esas veredas, siendo honesto con los demás, pero sobre todo contigo mismo.
Una vez más la vida pega el
zarpazo, agarrando con sus garras a
gente que queremos. Hoy me esperaban para decirme que tú ya no estás entre
nosotros… y no me lo puedo creer. Sigo viendo al niño bueno e inocente, luchador,
entregado para los suyos y sus amigos. Y quiero pensar que conseguiste ser feliz
dentro de esa quimera…
María Calzada