Entre los pliegues de la vela
se esconde la timidez de Cristina… Está a punto de cumplir diez años y desde
aquel 29 de Mayo hasta ahora, se nos ha
mostrado una niña que poco a poco ha ido deshojando su forma de ser.
Por sus venas también corre sangre Calzada, y como muchos de
nuestra saga es de figura recortadita, carácter
fuerte y resuelto y mucho amor propio, que es lo que mejor suple el tener la estatura corta, por si alguien
piensa, que se es poca cosa en todo.
Los primeros años de su vida, se guardaba entre la falda de
su madre y apenas se mostraba realmente como era. Todo le daba vergüenza.
Pero cuando apenas tenía cuatro años demostró en natación, que
se llevaba bien con el agua. Ella no solo nadaba,
buceaba, estando más tiempo debajo del agua que en la superficie. Se convertía en
otro ser. Sin miedos, descubrió que ese era
su hábitat natural, moviéndose libre como una sirena. Y cuando se dio cuenta que
también el mar, era asequible e inmenso para dar rienda suelta a su poderío, encontró
los ingredientes necesarios para definir su carácter.
Ahí, al tiempo que despliega velas y agarra con fuerza el timón
de popa, se olvida de la timidez dejando a su espalda obligaciones y deberes, para mirar al frente
de la superficie ondulada y azul y hacerse
dueña y cómplice del viento que mueve la olas con las que habrá de
luchar, sin miedos, con fuerza, coraje, y mucho, mucho amor propio, para sentir
aunque sea en pequeños instantes, que es
dueña de la inmensidad del mar. Es más
Cristina que nunca, sufre el silencio de los valientes a los inconvenientes
a los que se enfrenta. Vuelca, cae a las aguas frías, endereza sola su barco y continúa
navegando en busca de la meta. Soporta jornadas desde las nueve de la mañana a
seis de la tarde y jamás se queja. Es la más jovencita de su grupo, pero ya
nada la achica. Se ha hecho fuerte.
Pero la mar no siempre
es buena compañera. A menudo te engaña con
calmas mentirosas, que en breves instantes se convierten en oleajes impetuosos para
recordarte que es dueña de sí misma. Y
entonces la lucha es desigual y peligrosa. La mar no tiene rivales y aprendiste que cuando se pone brava, tu bravura no sirve. Es mejor retirarse aunque
duela. Con la mar no se pierde, se tiene
cautela. Otro día despertará calmada, invitando a navegar y te dará
la oportunidad de medirte con tus iguales y entonces pondrás todas tus armas a
trabajar, arriaras de nuevo la vela, harás contrapeso estirando tu cuerpo, para mandar, para llevar tu
barquito a la meta o a donde tú quieras llegar…
un sinfín de posibilidades te esperan, si no dejas de luchar.
María Calzada