EL LOBATO 2ª PARTE
María Calzada
Manuel Pablos
Se despertó
sobresaltado por los gritos del padre y los ladridos lastimeros de Lobato. Era
una fresca mañana de abril y el sol todavía no había asomado por el horizonte…
-¡Te mato,
cabrón, perro de mierda… tres conejos, me ha desgraciao tres conejos!
Salió corriendo
hasta el corral en pijama. La madre y los hermanos llegaron al mismo tiempo. El
padre tenía un palo de fresno en la mano, había acorralado al lobato en un
rincón y le estaba dando una somanta de palos mientras le gritaba, totalmente
descontrolado, frases incoherentes…”Encima que no vale pa na, ni pa cazar, ni
pa cuidar la casa, na más pa comer, hoy le ha dao la vasca y ha matao tres
conejos”.
Y continuaba
dándole palos, totalmente fuera de sí, mientras el perro, acorralado entre la
pared del corral y la vara del padre, trataba de escapar por donde fuera,
aullando lastimeramente. El niño corrió a interponerse entre el padre y el
asustado animal y a punto estuvo de recibir un palo en la cabeza. Solo el
grito desgarrador de la madre evitó en
el último momento que el palo cayera sobre el niño, porque el padre había
perdido el control y ya no razonaba.
- ¡Criminal, que
eres un criminal!, gritó el niño enfrentándose con el padre. ¿Por qué le pegas
así?
La bofetada del
padre sonó como un trallazo en la cara del niño. La madre se lanzó corriendo a
sujetar al marido, mientras el niño se acurrucó en el rincón de la tenada,
llorando amargamente.
-¡Si me vuelves a
levantar la voz te despellejo vivo, mocoso!¿ Pero quién te has creído que eres
para insultar a tu padre? ¡Métete pa casa, que no respondo, so mierda!
La madre agarró
al niño de la mano y se lo llevó a la cocina, mientras le decía en voz alta
para que el padre lo oyera. “A tu padre no se le levanta la voz, ni se le
chita, cuanto más para llamarlo criminal. Prepárate para el castigo, cuando
entre. Vas a estar por lo menos una semana sin salir a jugar. Pues no faltaría
más que un mocosuelo como tú insulte a su padre”. Mientras tanto acariciaba la
cabeza del niño, fuera de la mirada del padre, al tiempo que por lo bajo le susurraba:”Métete en la cama y
no chites. Y no te levantes hasta que yo no te llame para ir a la escuela”.
El perro aprovechó el momento de desconcierto
para saltar la tapia y salir como alma que persigue el diablo, por la calle
abajo, sin detenerse a mirar para atrás, hasta que se perdió entre las casas
del pueblo.
-¡Hoy mismo lo
cuelgo, este no me hace ninguna más!, decía el padre enfurecido, mientras
remataba los conejos heridos por el Lobato, dándoles con el canto de la mano
abierta detrás de las orejas, para desnucarlos. Los conejos tenían un último
estremecimiento, luego estiraban las patas, dejaban caer las orejas y miraban,
ya sin ver, con sus ojos muy abiertos la tierra que había bajo sus cabezas.
Los gallos y las gallinas corrían como paranoicos por el
corral huyendo del padre, montando un escándalo descomunal de cacareos,
mientras que dos o tres vecinos entraron asustados por el griterío para ver qué
es lo que había pasado.
-¡Pues ná,decía
el padre, que el cabrón del perro ha saltado esta noche la tapia de la conejera
y ya veis,dos gazapos y una coneja muertos. Y todavía suerte que los otros han
tenido tiempo de meterse en las huras, que si no me mata la mitad. Encima que
no vale ni pa cazar ni pa na que no sea espantar las liebres…Cuando lo llevo de
caza y pego el tiro, sale ladrando y corriendo en el sentido contrario, en vez
de perseguir la pieza y, algunas veces, se me viene pa casa, muerto de miedo. ¡Hoy
mismo lo cuelgo. Menuda ganga me metió “el Posible”, mal rayo lo parta.Ahora
que de hoy no pasa, eso os lo aseguro yo, hoy mismo lo cuelgo por el pescuezo
en la alameda de la fuente” !
El niño no pudo
pegar los ojos. Cuando la madre lo llamó para ir a la escuela el padre ya no
estaba y del perro no había ni rastro. Desayunó sin ganas, agarró el cabás y
bajó la cuesta camino de la escuela. En la plaza estaba Meli jugando a la
cuerda con otro grupo de niñas, mientras cantaban la canción de moda de la
época : “Han puesto una librería/ con los
libros muy baratos/con los libros muy baratos/Con un letrero que dice/viva
Carmencita Franco/viva Carmencita Franco….”
Se acercó a ellas y la llamó. Las demás niñas
los miraron maliciosamente mientras cuchicheaban entre ellas.
- Hoy el padre
casi mata al Lobato de una paliza, le dijo con los ojos llenos de lágrimas. Lo
va a colgar en la alameda esta mañana, porque ha matado tres conejos en el
corral.
-¡Jolines!, dijo
Meli sorprendida. ¿ Qué te ha pasado en la cara, que la tienes roja como un
tomate?
-Que el padre me
ha pegado una bofetada, porque lo he llamado criminal…
-¿Por qué?
- Porque le ha
pegado una paliza al Lobato y casi lo mata. Yo fui a defenderlo y lo llamé
criminal. Entonces me sacudió.
_¡Que bruto es tu
padre, majo!¿Y tu madre que ha dicho?
-Pues nada, que a
un padre no se le pueden decir esas cosas. Pero no estaba muy enfadada. Lo dijo
para que el padre lo oyera y luego me metió en la cama, para que no me pegara
más. Es que estaba furioso.
-¡No podemos
dejar que lo cuelgue, lo tenemos que encontrar antes que lo encuentre él y
esconderlo!
-¡Ya, pero vete a
saber dónde anda! Además, tenemos que ir a la escuela.
- Bueno, pues a
la hora del recreo nos escapamos un momento y miramos por el pueblo a ver si lo
vemos.
- ¿ Y luego que
hacemos con él?
- Ya pensaremos
algo. Me voy, que ya está ahí la maestra.
- Vale, pues
luego hablamos, a la hora del recreo.
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No existe piedra más dura que el alma de los
hombres, cuando el razonamiento desparece y el odio pasa a inundar los espacios
vacíos que este deja .Es entonces cuando
el hombre se cree un dios, dueño absoluto de la vida y de la muerte y
siembra la muerte al tiempo que arrebata la vida, sin darse cuenta que cada una
de las catástrofes que crea es, en realidad, un poco de resquebrajamiento de su
alma herida, ya reseca y resentida por otras muertes. Los sentimientos de la
pasión, la compasión o la lástima desaparecen, mientras el orgullo de macho
dominante crece en las mismas
proporciones. Es cuando el hombre pierde el equilibrio y se siente orgulloso de
la barbarie, se regodea en la muerte de los seres que ha querido y la sonrisa
retorcida aparece en la cara en forma de máscara burlesca que muestra, cual
careta carnavalesca, lo que no es pero
finge ser, para que los demás, nacidos de la misma especie, le consideren uno
de los suyos. Siembra la muerte con la misma mano que un día sembró la simiente
que llenó de vida la tierra donde habita. Mata sin escrúpulos, con la misma
mano que el día anterior acarició al ser al que acaba de quitar la vida, en una
manifestación de ternura infinita. Y no manifiesta remordimientos más allá de
su propio yo personal y aún a veces, ni los siente en su propio interior. Tan
encorchada tiene ya la conciencia.
Encontró al
animal acurrucado, temblando aún por el dolor y el miedo, en el rincón más
oscuro del comedero del horno. Cogió un cordel y se lo pasó por el cuello
haciendo un nudo a escorraliza y dio un tirón con tal violencia que lanzó al
perro al medio del habitáculo. El Lobato dio un aullido lastimero cuando la
fuerza del hombre le apretó el cuello con tanta furia que a punto estuvo de
partirle las vértebras del cuello, se revolvió sobre sí mismo tratando de
escapar, pero la fuerza del brazo del hombre no se lo permitió, de manera que
rodó sobre su propio cuerpo tres o cuatro veces y quedó boca arriba al lado de
la puerta, mirando al amo con aquellos ojos inmensos, interrogadores, tratando
de entender el por qué del maltrato y al no
conseguirlo, se sometió a la fuerza y ya no intentó hacer nada. El
hombre volvió a tirar del cordel y el perro lo siguió mansamente por la calle
del caño abajo. El agua del caño caía a borbotones, como siempre la había
conocido, creando una sinfonía perfecta de cristalinos arpegios que atraía a
los seres humanos a refrescarse, pero apenas si llamó su atención. Chapotearon
las botas del hombre sobre los barros que se formaban alrededor del pilón donde
se abrevaban los animales, y un chorrillo de agua y barro sucio salió disparado
con la misma violencia que había en quien pisaba, despanzurrándose sobre la
pared del abrevadero y resbalando pared abajo, creando en ella una mancha indefinida,
de un color marronaceo, que destacaba sobre la mugre ya acumulada por otros
chapoteos anteriores. Siguieron por la calle de la fuente, pasaron bajo la
higuera del cura y caminaron por la calle empedrada que llevaba a las alamedas
del regatillo que pasaba al lado de la fuente medieval, que seguía manado
abundantemente desde, probablemente, la época de los romanos y que había sido
testigo, a lo largo de tantos años, de la historia que llevaba aparejada. Al
llegar al puente de piedra el amo buscó con la mirada un fresno viejo que subía
pared arriba desde el regato sobre el arco central del puente, escogió una rama
fuerte y pasó el cordel por encima de ella y, sin ningún miramiento, dio un
tirón salvaje y el perro salió disparado hacia arriba, mientras el nudo se
apretaba alrededor del cuello del animal, asfixiándolo y quebrando las
vertebras del cuello; aullaba de dolor y movía las patas traseras en una
especie de danza macabra, tratando de enganchar la cuerda que le estaba
quitando la vida poco a poco.
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El amo ni se inmutó. Ató la cuerda con doble
nudo a la rama y dejó al animal balanceándose como un pelele roto, en medio del
arco del puente, emitiendo unos aullidos lastimeros, dio media vuelta y se
volvió a casa. Era mediada la mañana y quedaba mucho por hacer.
Oyeron los ladridos a la
hora del recreo y supieron que el padre había cumplido la promesa. Salieron
disparados por la calle del tío Celedonio y con toda la velocidad que sus
piernas le permitían enfilaron por la calle de las pozas hacia el puente. Los
cantos rodados se le clavaban en la planta del pie y le quemaban la piel, pero
apenas si lo notaban. Cuando llegaron el perro ya no aullaba y casi no se
movía, pero los pequeños movimientos del pecho le hicieron comprender que no
estaba muerto del todo.
-Gatea por el
árbol desde el regato y sujétalo “p’arriba”
con todas tus fuerzas, gritaba Meli. Todavía está un poco vivo. A ver si yo
desde aquí puedo desatar los nudos.
El niño trepó por
el árbol como un gato lo más rápido posible, se puso a caballo sobre dos ramas
que quedaban por debajo del perro, metió el hombro bajo sus partes traseras y
se levantó empujando con todas sus fuerzas al perrillo inerte hacia arriba, para que el
cordel aflojara un poco, lo suficiente para que Meli pudiera deshacer el nudo
de la rama superior y el perro cayera al regato como un fardo.
Llegaron al mismo
tiempo y aflojaron el nudo del cuello para ver si el perrillo respiraba…
_ ¡Está un poco
vivo, porque respira un poco!, gritaron entusiasmados.
Pero el perrillo
no hizo ningún movimiento. Solamente un leve aleteo de la nariz y un ligero
movimiento de vaivén de las costillas hacían presagiar que no había muerto del
todo, pero tenía la cabeza caída de lado, con la lengua medio amoratada
saliéndole de la boca y cuando trataron de ponerlo de pie el animal cayó al
suelo como un pelele roto…
Los niños se
miraron a los ojos y se les saltaron las lágrimas. El perrillo debía estar
muerto. “ ¡Vamos a soplarle por la boca, dijo el niño. Yo he visto hacérselo a
un cabrito que nació muerto y resucitó”. Y acto seguido metió los dedos entre
los dientes del animal i bajando su boca a la altura de la del perro intentó
soplarle dentro de la garganta. Y fue entonces cuando el perro hizo un leve
movimiento y un apagado sonido gutural
salió de lo más profundo de su garganta, al tiempo que un espasmo hinchó los
costillares y un estremecimiento recorrió el cuerpo del animal de la cabeza a
las patas. Pero luego se quedó quieto de nuevo y pensaron que se había muerto.
-¿ Y si lo metemos
en la fuente?, dijo sollozando Meli. A veces el agua revive a los animales…
-Por probarlo…
dijo el niño con poco entusiasmo.
Lo cogieron por
la cabeza y las patas y como pudieron lo llevaron hasta la fuente que dejaba
escapar una regaterilla de agua fresca hacía el pilón que había por debajo y
que en un tiempo había servido como lavadero público . Le pusieron la cabeza
sobre la regatera y con las manos le echaban agua en la cara, para ver si
reaccionaba, pero viendo que no respondía decidieron meterlo en la fuente que
no era muy profunda. El perro se fue al hondón y los niños pensaron que allí
acabaría ahogándose. Pero de repente, al contacto con el agua fría, el perro
comenzó con una tiritona primero y con un movimiento desmadejado de las patas
después y trató de sacar la cabeza por encima del agua, sin conseguirlo al
primer intento.
Los niños
comenzaron a dar saltos de alegría:”¡Está vivo… está vivo… lo hemos resucitao…,
gritaban alborozados.
Lo agarraron por
las orejas, para tenerle la cabeza por encima del agua y el perro abrió los ojos,
trastabilló como un borracho y se agarró después con las patas delanteras a las
piedras que cerraban la fuente, con los ojos saliéndosele de las órbitas,
agarrándose con las garras de las patas delanteras a las piedras musgosas de la
boca de la fuente, tratando de salir de allí lo antes posible. Los niños lo
empujaron para arriba agarrándolo del rabo
y lo abrazaron con un inmenso cariño, al tiempo que le llenaban la
cabeza de besos…
Cuando se repuso
de la conmoción el animal estiró las patas, sacudió el cuerpo para librarse del
agua que lo empapaba, poniendo a los dos niños perdidos, y comenzó a dar saltos
y a hacer cabriolas, cayendo una y otra vez sobre la hierba húmeda ante el
alborozo de los dos niños.
-¿Y ahora qué
hacemos con él?, dijo Meli. ¿Dónde lo escondemos? Porque si lo encuentra tu
padre y sabe que lo hemos “descolgao” nos mata a los dos.
- Lo metemos en
la casa vieja de el tío Tordas, que está al final del pueblo, en la calleja de
María la Sorda, lo dejamos atao y le llevamos comida sin que lo sepa nadie.
Luego ya se nos ocurrirá algo.
Y arrancaron a
todo correr, seguido por el Lobato, hacia el sitio, para volver a la plaza
antes de que se acabara la hora del patio y los echaran de menos en la escuela.
Lo escondieron en el pajar
abandonado del tío Tordas, que era un hombre mayor que vivía en una calleja de
las afueras del pueblo, en una calleja donde solo vivía una mujer de nombre
María que estaba sorda como una tapia. El tío Manuel Tordas, que era un
viejecillo viudo, hacía ya un tiempo que se había marchado a una residencia de
las Hermanitas de los Pobres, dejando abandonadas su casa y sus pajares y
nadie, excepto los niños que se metían a jugar de vez en cuando, entraba por
allí.
Así es que
pensaron que aunque el animal ladrara por las noches nadie lo podría oír, a no
ser María y estando sorda no parecía muy posible que esto pasara. Así es que
ataron al perro a la argolla de un pesebrón, le pusieron un buen mullique de
paja seca y le llevaron dos latas de las de sardinas de un kilo, una para
ponerle el agua y otra para la comida.
Lo sacaban a pasear de vez en cuando y
lo llevaban con ellos cuando iban a buscar hierba, hasta que un día Generoso,
el pastor, los descubrió paseando el perro.
-¿ Pero qué coño
hacéis vosotros dos con este perro?¿De dónde lo habéis sacado?. ¿Este no es el
perro que colgó tu padre en el regato hace un mes?
Los niños se
quedaron mudos del susto. Miraban al suelo, al perro y a Generoso, sin decir
palabra.
-Es…que…,-
balbuceó Meli-, lo descolgamos del árbol y todavía no estaba muerto…Pero el
padre de éste no lo sabe, porque si se lo decimos, lo vuelve a colgar…
- ¡
Jajajajajajajajajajajajaja…!, rió sonaramente Generoso. Cuando se entere os va
a despellejar vivos. Anda buscando por todo el pueblo quien lo habrá descolgao
para quedarse con la piel. Cuando se entere le da un pasmo. Hay que joderse con
este par de mocosos! ¡¡¡¡Jajajajajajajajaja!!!!
La cara de
Generoso estaba congestionada por la risa.Los carrillos se inflaban y se
desinflaban con las risotadas, volviéndose de un color rojo , intenso, mientras
que su vientre, voluminoso, se movía
desacompasadamente, subiendo y bajando escandalosamente, mientras se sujetaba
los pantalones, atados con una lía, por encima de la cual se veían con
profusión los calzoncillos de un color indefinido, para evitar quedarse en
cueros.”¿Y ahora qué vais a hacer con el perro?¿Por qué no pensaréis tenerlo
encerrado toda la vida en el pajar de Tordas?. Además, que un día u otro os
descubrirán”, gritó de nuevo Generoso.
-No sabemos, pero
ya pensaremos algo, dijo Meli.
- ¡Ya pensaremos
algo…ya pensaremos algo!, repitió Generoso. ¡Vosotros qué coño vais a pensar!
Os cogerán seguro.
Los niños se
miraban angustiados. No sabiendo que decir trataron de seguir su camino, pero
Generoso, el pastor, se interpuso entre ellos, al tiempo que decía:
- Tengo yo
pensada una, que os puede sacar de este apuro, pero no sé si decírosla o no.
Los niños se
pararon en seco y lo miraron con ojos suplicantes. Generoso siguió: “ De aquí a
dos semanas yo me voy a subir a los pastos del monte y luego a la rastrojera
con las ovejas y no vuelvo hasta después de verano. Y, casualmente , necesito
un perro como este, porque la Mora se ha hecho ya grande y no aguanta las
caminatas largas. Digo yo que si me dejáis el perro yo me lo llevaría y cuando
vuelva, ya será más grande, habrá cambiado bastante y no creo yo que tu padre
lo conozca. Y vosotros podréis ir a verlo y a sacarlo a pasear a mi casa, como
si fuera mío, pero será vuestro y nadie se enterará…”
Los niños se
miraron y por primera vez en muchos días en sus ojos brillaba una chispita de
esperanza. No se atrevían a decir nada, pero entendían que tal como lo proponía
Generoso no estaba mal el trato.
- ¿Pero nos lo
dejarás ver y sacar de paseo cuando vuelvas?
- Siempre que
queráis, que para eso sois los amos.
- ¿Y no se lo
dirás a nadie?
- A nadie, la
gente no tiene por qué saberlo. Claro que si no estáis de acuerdo, tampoco pasa
na, yo me busco otro perro y Santas Pascuas…Vosotros os lo pensáis y si hace el
trato, mañana me lo decís, que yo me encargo de los trámites. Pero tiene que
ser mañana, si no, no hay trato.
- Mañana te
decimos algo, dijo el niño.
-Pues hasta
mañana, pues. Estaré aquí a esta misma hora.
Y Generoso, que
era un buen hombre, amante de los animales y enemigo de los maltratadores, se
llevó el perro al monte y a la rastrojera y con él estuvo muchos años. Los
niños fueron felices y el padre todo se volvía decir : ¡Mira que se parece el
perro del Generoso al Lobato. Seguro que “el Posible” le debió endosar uno de
la misma camada, porque se parecen como dos gotas de agua!
El niño se reía
por lo bajo y la madre lo miraba con aquella sabia complicidad que solo las
madres saben tener y guardaba silencio. Pero un día cuando estaban solos le
espetó de repente:”¿Cómo conseguisteis descolgar al Lobato y esconderlo?”
Y cuando el niño
le contó las peripecias se puso a reír descontroladamente al tiempo que entre
hipidos, entrecortadamente le decía:”Menos mal que tu padre no es muy listo,
que si lo fuera te habría escarmentado. Pero mejor vamos a dejar las cosas como
están. Eso sí, te toca fregar los platos una semana”.
El niño movió la
cabeza con resignación, miró a la madre con cariño y se rió a carcajadas cuando
esta le guiño un ojo.
Unos años más
tarde los dos niños desaparecieron del pueblo. Meli se marchó a Valencia,
porque al padre lo colocaron “muy bien colocao”, de encargado de una finca, los
del gobierno y el niño se marchó a estudiar a la capital.
Se volvieron a
encontrar un verano al cabo de quince años, cuando la familia del Posible
decidió pasar unos días en la casa de los abuelos, que estaba deshabitada.
Se reconocieron
inmediatamente y se dieron un fuerte abrazo.
- ¡Madre, mía,
que guapísima estás! Eres una mujer preciosa.
- ¡ Pues tú no
estás nada mal… amigo! Igual deberíamos ir a buscar un saco de yerba una tarde
de estas…
-Lo que es por
mi… ya te digo. Hasta sin saco, si quieres. ¿Y que es de tu vida?
- Es muy largo de
contar, pero una de estas tardes daremos un paseo y nos lo contamos todo.
Meli estaba
sentada en la pared de la cortina del tío Celedonio. Llevaba pantalones
vaqueros ajustados y una camisa de Lacoste rosa. Tenía las piernas colgando
hacia el camino y las movía hacia adelante y hacia atrás, como entonces. La
miro con los ojos semi cerrados porque el sol le daba de frente y le molestaba.
- ¿Te has
olvidado el saco?, le dijo. Sin saco no hay hierba.
- Ya no hay
conejos que alimentar, no nos hace falta saco, simple.
Luego le obsequió
con una hermosa sonrisa, como aquellas que recordaba.
- No has cambiado
nada, amiga. Te ríes igual de bonito que entonces…
_ Tu tampoco. Me
miras igual de atontado que entonces…
Bajó de un salto
y enfilaron por el camino de la Fuente abajo. El empedrado del camino era el
mismo y se les clavaba, como entonces, en los pies. Estaba caliente del sol de
todo el día y molestaba un poco.
Cuando llegaron
al puente, la frescura de la alameda les llamó a sentarse sobre el pretil. El
regatillo aún llevaba un canalillo de agua que resbalaba sobre los cantos
rodados, creando musicalidades de cristal que alegraban los oídos de los
jóvenes Los jilgueros y los verderones cantaban desaforadamente, creando un
clima bucólico extraordinario. Sin querer se tocaron sus manos y ninguno de los
dos las aparto. Se quedaron allí, disfrutando un momento del silencio, oyendo
el cántico de los jilgueros y los verderones, hasta que sus miradas se
encontraron. Eran unas miradas claras, limpias, de amigos de mucho tiempo, sin
otras connotaciones.
- ¿Te acuerdas de
la última vez que estuvimos aquí?,- preguntó él.
- Como para
olvidarse,- respondió Meli. Tu trepabas como un gato por ese fresno y yo estaba tan nerviosa que me oriné las
bragas.
- Yo me hice un
“sonrastrón” en el hombro que me duró al menos un mes, pero no se lo dije a
nadie en mi casa. Mi padre se pasó una temporada intentando saber quien había
descolgado al Lobato. Decía que algún cabrón debía haberlo desollado y curtido
la piel para hacerse una alfombra. Fue, incluso, a preguntarle al curtidor,
pero nunca supo lo que en realidad había pasado.La madre si lo supo y me
castigó a fregar los platos una semana, pero nunca se lo dijo al padre.Cuando
Generoso volvió al pueblo, a principios del invierno y vio al Lobato yo creo
que lo reconoció, pero no se atrevió a preguntarle nada. Se pasaba el día
diciendo que el perro del pastor era como el Lobato, que seguro que tu padre le
había “colocao” otro cachorro al pastor, pero como ya os habíais ido a
Valencia…
Meli lo miró con
aquellos ojos suplicantes de siempre y él sostuvo la mirada. Siempre lo hacía
cuando quería preguntarle algo, pero no estaba segura si debía hacerlo. Él le
guiño el ojo y ella sonrió con complicidad.
-¿Te has acordado
de mí alguna vez en todo este tiempo?
-Muchas veces. Al
principio estaba como atontado. No tenía ganas de coger yerba y mi padre me
abroncaba cada día. Pero como era el otoño y ya comenzaba a hacer frío, la
madre me echó un capote y convenció al padre de que había menos hierba cada
día.
Luego, en
septiembre, me fui a estudiar a Salamanca y la nueva situación me cambió la
vida y me ayudó a seguir adelante. Pero cuando venía al pueblo, siempre te
echaba de menos. Todavía sigo echándote
de menos.
Le apretó un poco
la mano agradeciéndole las palabras y le provocó un ligero estremecimiento, que
ella notó enseguida.
-A mi me pasó lo
mismo. Me costó mucho olvidar nuestros juegos, nuestros encuentros, nuestras
aventuras… Pero luego también comencé los estudios, conocí gente nueva, amigos
nuevos y poco a poco te fuiste quedando en mi recuerdo. Sin embargo, cada vez
que me acordaba de ti sentía una especie de nostalgia triste. Aun sigo
sintiéndola.
- ¿Puedo hacerte
una pregunta personal?
-¿Ahora me
preguntas eso?¿Desde cuándo tienes que pedirme permiso para preguntarme algo?
Ya sabes que puedes, pare eso somos amigos, creo.
-¿Tienes a
alguien en tu vida?...
Lo miró
directamente a los ojos. Algunos rayos de sol que se filtraban por entre el
ramaje hacían que se le cerraran un poco, pero a pesar de todo tenían la
claridad de siempre y reían como siempre, mientras que el mohín de burla que él
conocía tan bien desde que eran niños, apareció en sus labios, haciendo que el
hoyuelo de las mejillas se acentuará más, dando a su cara una una suavidad
serena que le había encantado desde siempre.” ¡Qué guapa es!”, pensó. Ella
mantuvo la expresión más tiempo de lo normal, sin dejar de mirarlo, sonriendo
coquetamente.
- A veces hay
preguntas que un amigo no debería hacer y que una amiga no debería responder.
¿Qué te pasa, hombre?
_Tienes razón,
hay preguntas que es mejor no hacerlas. Dejemos las cosas como están.
Meli se levanto con media
sonrisa en la boca, tenían muchas cosas que contarse, y lo haría despacio y
procurando que el momento que estaban viviendo no nublara la realidad de las
cosas. Lo miro fijamente con una chispa de picardía, haciendo la pregunta que
tantas veces se habían hecho en ese lugar.
-¿Para donde tiramos? –El entendió, dejaría que las cosas simplemente
surgieran. _Vamos hacia las huertas, a ver quien corta ahora la hierba de las lindes…
Caminaron uno al lado del
otro mientras la chica pensaba que el
momento que estaban viviendo era mágico. Estaban recopilando recuerdos que casi
pertenecían a otra vida pero eran como tesoros anudados por un lazo que los
mantendría unidos siempre. La inocencia de la niñez era el valor más sano para
sentir complicidad cada vez que se vieran. Pero habían pasado muchos años y a
su lado caminaba un joven que ahora apenas conocía. Durante los últimos años
por su vida habían pasado ilusiones que se habían quedado por el camino. Y este
momento podía confundir sentimientos… Al chico lo notaba como atontado. Y ella…
¿Se podría desandar el camino?...
Meli rompió sus propios
pensamientos para, contarle a grandes rasgos como habían transcurrido estos
quince años. Los primeros años la añoranza hacia que volvieran a su memoria los
recuerdos de su pueblo pero, poco a poco, las obligaciones el colegio, nuevos
compañeros y amigos, le hicieron sin apenas darse cuenta, tomar conciencia de una vida nueva y para eso
se preparo en lo que le gustaba. Había estudiado enfermería y ya trabajaba en
el Hospital de la Fe de Valencia. El rumbo de su vida ya estaba encauzado.
El chico la miraba con más
admiración si cabía y asintiendo sobre lo que le había contado. Se disponía a
contarle sus experiencias cuando sintieron el ruido de pequeños cencerros.
Giraron la vista, a uno de los lados del camino en una de bifurcación, una
piara de ovejas se acercaba. Se miraron incrédulos. -¡No puede ser! -Dijo el
chico. – ¡Generoso con el Lobato…!
Generoso se acercaba a donde
estaban los chicos, con la misma parsimonia que lo hacían las ovejas. Ya cerca
de ellos, enseguida los conoció, ya había oído decir que estaban pasando unos días en el pueblo.
Llego a ellos con una amplia sonrisa girando la vista hacia el perro que
llevaba al lado. “Sin duda pensarían que era el Lobato”. Y ese fue su primer
saludo; -¡No, no es el lobato!… Esta es Zara, nieta de vuestro perro, la jodía
tiene la misma pinta. ¡Cuando queráis uno no tenéis na más que decirlo! –los
jóvenes se miraron y soltaron una carcajada.
Mira, Generoso, ahora sí que no podríamos
tener un perro.- dijo Meli riendo.
- ¿Y qué es,
que en la capital no se puen tener perros?...
- La capital impone mucho
respeto a los perros. Aquí están bien. Allí no hay ovejas que guardar ni
conejos que comer.
Se rieron a un tiempo. Luego
el pastor cerró un poco los ojos, como si le molestaran los rayos del sol y con
aquella medio risa socarrona suya prosiguió: “-Ahora que os libré de una buena.
Si se llega a enterar tu padre te despelleja vivo”.
-Para eso está la buena gente
como tú, para hacer favores a los amigos.
-Entodavía me lo debes, asín es que cualquier día me lo
paso a cobrar…
- Cuando tú quieras, amigo.
Lo que se debe hay que pagarlo…
- Pues ya ajustaremos cuentas…
¿Y pa donde vais los dos juntos?¿No andaréis siendo una mieja novios, vosotros
dos?
Los chicos se rieron al mismo
tiempo,mientras Generoso los miraba desconfiado.
-No hombre no, yo ya
tengo uno en Valencia,- dijo Meli.
-Y yo me voy a la mili
cualquier día de estos.
… Se despidieron de Generoso
después de haber intercambiado las frases de rigor por el tiempo que hacía que no se veían,
aprovecharon para darle las gracias por haberse hecho cargo del Lobato, le
comentaron el acierto de habérselo dejado y manifestaron la alegría que sentían,
por haber conseguido del perro, hacer la familia de chuchos que había hecho.
Sonrientes y satisfechos por
el encuentro con el hombre, continuaron hacia las huertas y fue el chico el que
reanudo la conversación. Él también había seguido el camino del estudio, era
licenciado en Lengua y Literatura y también estaba en primero de Psicopedagogía. Tenía pendiente el Servicio Militar y eso
sin duda seria un parón en sus proyectos.
Caminaban
despacio, como haciendo más largo el
paseo; los dos querían ganar tiempo para contarse muchas cosas. Pero estaban
llegando a la huerta de Benino el “Peralo”
qué, desde hacía rato estaba apoyado en la azada que le servía para
desviar el agua de los cantones que estaba regando. Achicaba los ojos haciendo
esfuerzos por reconocer a esa pareja que venía paseando por el camino. Los
chicos habían lo habían visto desde hacía rato; conocían muy bien la huerta y
su inconfundible figura y se dirigieron hacia él. Benino no reaccionaba. La
cara de desconcierto divirtió a la pareja y fue Meli quien saludó primero,
dándole alguna pista.
-Buenas Benino…
¿Se puede segar la linde?
Todavía necesitó
unos segundos para caer en la cuenta.
-¡Ah, me
cagüen diez, vosotros sois el par de
mocosos que veníais a segar yerba, coño, si que habéis cambiao...!
Los miraba de
arriba abajo, cavilando y seguro que sacando conclusiones.
- Han pasado
muchos años, en cambio, ¡tú estás igual! –dijo el chico.
- Bueno, a mi me
han caído los mismos años que a vosotros, y seguro que me han hecho más daño. En cambio vosotros… ¡sois una
pareja mu bien plantá…!
Los jóvenes se
miraron divertidos y desviaron la conversación hacia cosas menos comprometidas;
conocían las salidas del “Peralo” y no iban a darle cancha. Pusieron en
práctica el arte de llevar la conversación por donde ellos querían y se dieron
cuenta de que Benino los seguía inquieto. En esta ocasión eran ellos quienes se
estaban divirtiendo y desconcertando al hombre.
Después de un
rato de charla los jóvenes se despidieron y cuando ya estaban de espaldas al
Peralo, éste les pregunto, lo que hacía un rato le daba vueltas por la cabeza:
-¿Pero vosotros sois novios o qué?
Los dos rieron a
un tiempo…